Nuevo ajetreo en la noche de la tranquila ciudad de Belén. Hace solo trece días, un ángel se aparecía a los pastores que velaban sus rebaños en el campo para aunciarles que a poca distancia, en una humilde gruta, había nacido el Salvador del Mundo, ¡el Mesías que esperaban!
Ahora, cuando las últimas luces del día se difuminan rojizas en la oscuridad del horizonte, entra en escena el sorprendente cortejo de tres reyes sabios que vienen del Oriente, con un rico séquito.
Sin darnos cuenta, Rubens nos empuja dentro de la escena, junto a la multitud de personajes que se amontonan acompañando a los Reyes. Sentimos crepitar las antorchas sobre nuestras cabezas, y el trasiego de los camelleros descargando mercancías a nuestro alrededor.
En brazos de su madre, el Niño Dios parece juguetear con el incienso que, arrodillado, le presenta Gaspar. El ropaje de los reyes, con sus capas bordadas en oro y broches de piedras preciosas y el número de acompañantes, muestran la pompa de esta comitiva.
Quebrando las tinieblas de la noche en las que el mundo se encontraba entonces, surge del Niño Jesús un foco de luz, un resplandor de claridad, que ilumina toda la escena y se exparcirá por todos los rincones de la Tierra.
La Santa Navidad fue el primer día de vida de la Civilización Cristiana. La luz que comenzó a brillar sobre los hombres en Belén habría de ampliar cada vez más sus claridades, aboliendo e instituyendo costumbres, influyendo un espíritu nuevo en todas las culturas, uniendo y elevando a un nivel superior todas las civilizaciones, en difinitiva, transformando el curso de la Historia.
¡Y qué transformación! La más difícil de todas, pues se trataba de invertir el rumbo de podredumbre y perversión que los hombres seguían, entregados a todo tipo de iniquidades. Y para ello, nada de “adaptarse al ambiente”, ni contemporizar con el error pensando que así se conquistan los corazones.
Dos mil años después del nacimiento de Cristo, el Mundo parece haber vuelto al estado inicial, hundido en un salvaje neopaganismo.
De la gran luz sobrenatural que comenzó a irradiarse en Belén, ténues son los rayos que aún brillan en las leyes, las costumbres, las instituciones y la cultura. He aquí la causa de la crisis titánica en la que el Mundo se debate.
¡Nos hemos abandonado! ¡Christianus alter Christus! Es hora de meditar en nuestra propia reforma, en la del prójimo, para que la luz que brilla en el pesebre recobre su resplandor en nosotros.