En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron para ponerlo a prueba:
- ¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo?
Él les respondió:
- ¿No habéis leído que el Creador en el principio los creó hombre y mujer, y dijo: «Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne»? De modo que ya no son dos, sino una sola carne.
Pues lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.
Ellos insistieron:
- ¿Y por qué mandó Moisés darle acta de repudio y divorciarse?
Él le contestó:
- Por lo tercos que sois os permitió Moisés divorciaros de vuestras mujeres; pero al principio no era así. Ahora os digo yo que si uno se divorcia de su mujer -no hablo de prostitución- y se casa con otra, comete adulterio.
Los discípulos le replicaron:
- Si ésa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse.
Pero él les dijo:
- No todos pueden con eso, sólo los que han recibido ese don.
Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los hicieron los hombres, y hay quienes se hacen eunucos por el Reino de los Cielos. El que pueda con esto, que lo haga.
Comentario del Papa Francisco
Muchas veces los niños se esconden para llorar solos… Tenemos que entender esto bien. Marido y mujer son una sola carne. Pero sus criaturas son carne de su carne. Si pensamos en la dureza con la que Jesús advierte a los adultos a no escandalizar a los pequeños, podemos comprender mejor también su palabra sobre la gran responsabilidad de custodiar el vínculo conyugal que da inicio a la familia humana (cf. Mt 19, 6-9). Cuando el hombre y la mujer se convirtieron en una sola carne, todas las heridas y todos los abandonos del papá y de la mamá inciden en la carne viva de los hijos.