Tropezamos con nuestras pobres posibilidades, con nuestro egoísmo y comodidad, además echamos la culpa a los gobiernos, al terrorismo y nos volvemos bastante indiferentes ante cualquier imagen del mundo sufriente. Pero existe una palabra que nuestro Papa Francisco emplea muy a menudo y que nos implica directamente: “la empatía”. Es la identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro. En efecto, tenemos mucha gente que vive a nuestro alrededor, familiares, amigos, enfermos, empleados, compañeros de trabajo, pobres de la calle que vemos cada día en la misma esquina… ¿Qué puede pensar en su cabeza un tullido tumbado en el suelo cerca de una terraza llena a rebosar de gente bebiendo, comiendo y riendo? Todos somos hijos de Dios. Nacemos y morimos de la misma manera pero en condiciones muy distintas y Dios será juez de nuestra bondad, de nuestra caridad, será el único equipaje que nos llevaremos en el otro mundo. “En el ocaso de la vida, se te juzgará en el amor”. Hay infinidad de pequeños detalles que pueden manifestar nuestro cariño a otra persona: una sonrisa, un piropo, preguntar por su familia o simplemente cómo se llama si es un desconocido, unas palabras de ánimo, y saber escuchar pero con el corazón abierto.
“Debe haber un cable desconocido por los anatomistas, que comunica el corazón con los labios, de manera que, cuando el corazón sonríe, el rostro se ilumina de alegría. Hay que probar a sonreír, quizá este cable desconocido funcione también en sentido inverso. Quizá el que se proponga sonreír a todos acabe por hacer que su corazón descanse”. (A. Sanz)
Luego puede haber una caridad mal entendida: nos conformamos con dar a un pobre unos céntimos cuando sabemos muy bien lo que vale un litro de leche o una barra de pan. Teresa de Calcuta dice más: “No deis sólo lo superfluo, dad vuestro corazón”. También dice; “Dar hasta que os duela”.
No todo el mundo comprende esto. Hay mil excusas para no dar: con la limosna se favorece la pereza, el alcoholismo, el abuso, etc… ¿Qué podemos saber del drama del que sufre si no hablamos con él o con ella? Metidos en confianza, puede abrir su alma y contar el drama de su vida y nos quedamos atónitos. No lo podemos sospechar, cada caso es insólito e igual de trágico.
El Papa Francisco nos anima con fuerza y vigor a ejercer nuestra caridad, a vivir con austeridad, a no tener miedo a visitar cárceles y barrios muy pobres, a no olvidarnos de los jóvenes, de los ancianos y de los enfermos. Él va por delante, dando ejemplos vivos, sencillos, llenos de auténtica ternura y amor.
¿Podremos nosotros también sembrar pequeños rayos de sol a lo largo de nuestra vida?
¡Ojalá pudiésemos reflejar en nuestros rostros un poco de la mirada de Jesús, nuestro modelo de amor, misericordia, paz y perdón!