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Los Maronitas

Los Maronitas. El Líbano

Las aguas llegan cansadas a las orillas rocosas de la última costa del Mediterráneo. Se dejan ir. No intentan evitar su encuentro con las rocas que crecen hasta la cima del monte, convertido en guardián de la ciudad.

La primaveral tarde ha comenzado a declinar. La condensación crea una espesa niebla que dota al paisaje de un halo entre misterioso y romántico. A lo largo de la línea del horizonte, una muralla de cumbres desciende hasta sepultarse en el mar, atravesada por la vía doble, general De Gaulle, mitad carretera mitad paseo. La gente apura las últimas horas del día festivo alargando el vagabundeo marítimo, alumbrado levemente por las farolas que se levantan hasta donde la vista se pierde. Si alguien pudiera elegir el momento del sueño, buscaría un lugar como éste, entre el griterío de los niños y las suaves voces de los padres. Acompañado por bellos edificios gigantescos de acero y vidrio que reflejan los últimos destellos del ocaso. Parece que el equilibrio del paisaje fuera eterno. Que jamás lo hubiera roto el ser humano.

Sigo, con atención, el cortejo gritón de las aves marinas, ignoradas por el permanente movimiento fluctuante de los paseantes. Silenciosamente, intentando no despertar a la añeja naturaleza, las olas, en un rítmico último esfuerzo, esparcen su espuma por doquier tapizando la orilla de impoluto blanco. Hay lugares que parecen prohijados por la Historia. La brisa sopla del mar mientras el disco solar, teñido de sangre, se acuesta lentamente tras el cielo. Sin embargo, Beirut fue destruida y reconstruida mil veces desde la prehistoria. La última reconstrucción, aún no ha finalizado. Hoy, Líbano debe afrontar graves problemas. Es un país pequeño cuyo futuro puede estar condicionado por los miles de refugiados sirios que se asientan en el norte del país y por el más de un millón de asilados palestinos establecidos en el sur.

Llegué hasta aquí en busca de la tierra de Canaán. Ese indefinido escenario en el que se desarrolla buena parte de la Biblia. Hace tiempo que me he dado cuenta de que la mayoría de las preguntas carecen de respuestas concluyentes. El territorio de Canaán no está claramente definido, pero podría decirse que su atmósfera se puede respirar desde el norte de Israel hasta Beirut.

El Líbano es mucho más que Canaán. Una de mis mayores sorpresas fueron los maronitas. Un antiguo rito católico que, hoy en día, sigue creciendo en un país multicultural y poli religioso. Me parece un buen intento recuperarles. La Iglesia Maronita, también llamada siriaca de Alejandría, es una de los veinticuatro ritos integrados en la Iglesia Católica. Presidida por el Patriarca Católico de Alejandría, desde 1830, tiene su sede en Bkerké. Lugar situado al noreste de Beirut, sobre la bahía de Jounieh. Más concretamente debiéramos decir que su sede de invierno está localizada en Bkerké y la de verano, en Dirname. Practican la tradición litúrgica antioquena y utilizan el árabe libanés como lengua auxiliar. Es la única Iglesia Oriental que obedece los dictados del Papa de Roma.

Fundada en el siglo IV, por un cenobita de nombre San Marón[i], los principios en los que se apoyaba siguen vigentes. Obedecer los dictados de la jerarquía eclesiástica acatando los Cánones de los primeros Concilios, mantener una estricta fidelidad a los dictados del Evangelio y respetar las Santas tradiciones de la Iglesia Oriental.

No resultaba sencillo seguir los dictados del fundador. En esos momentos la Iglesia discutía, atormentada, sobre las naturalezas de Cristo. Las herejías se expandían por Siria. El monofisismo estaba en boga, incluso defendido por algunos monarcas bizantinos. San Marón evitó entrar en el conflicto y para ello partió al cenobio. Muchos cristianos, seducidos por su ejemplo, marcharon tras él. A su muerte comenzaron a llamarse maronitas. Cuando en el año 451, el Concilio de Calcedonia, reconoció que, en Jesús, se unían dos naturalezas, una divina y otra humana, los maronistas aceptaron el dictamen y lo siguieron. Enterados de que en el monte Líbano existían colonias de católicos, emigraron al lugar donde acabaron asentándose. Su existencia no fue pacífica. El emperador de Oriente tomó las armas contra ellos. El año 681, dirigidos por su nuevo obispo, Juan Marón, derrotaron al ejército bizantino en Amiún, ganando, de esta manera, su derecho a ser libres y practicar sus creencias. Su relación con los Cruzados fue buena, tomando, así, contacto con Occidente. En el siglo XVI se integraron definitivamente en la Iglesia de Roma.

Los maronitas son gentes normales que ignoran su ilustre pasado. Muchos de ellos viven en los pueblos montañosos del interior trabajan en el campo o se dedican al comercio.

La emigración posibilitó que el rito se extendiera a Australia, Brasil, Canadá, EEUU, Argentina y otras naciones de América. En total, existen unos 300.000 maronitas. De ellos, 200.000 residen en el Líbano.

Reconocida su aportación, San Marón es venerado en la Iglesia Católica, la Iglesia Ortodoxa, la Iglesia Copta, la Iglesia Apostólica de Armenia y la Iglesia Anglicana. Su festividad se celebra en diferentes días de febrero, en función del calendario seguido por cada una de las Iglesias mencionadas.


[i] Muerto el año 410 en Siria. Estableció una ermita en las montañas Nur, en el Amanus Occidental. Fue abad de San Ciro. Marón reunía a sus seguidores a orillas del río Orontes, entre Emesa y Apamea.