Con otras palabras, que el aprendizaje para la esperanza lleva consigo sufrimiento.
Y esto es lo que aborda la Carta “Salvados en la esperanza”[i], en los números 36 a 40.
Leedlo, amigos, porque son líneas consoladoras e iluminadoras. El origen del sufrimiento está o deriva de dos cosas: nuestra limitación o sea nuestra “finitud”; y porque hay culpas acumuladas durante siglos, a través de la historia; o sea, la culpa de los humanos engendra dolor.
Fijaos: unos padres desaprensivos, que maleducan a sus hijos, ocasionan a éstos muchos sufrimientos en su vida… todo eso, que enseñan los expertos, de traumas infantiles, suelen estar motivados por culpas ajenas. No merece la pena insistir en ello.
Pero sí hay que subrayar que eso no nos libra de luchar contra el sufrimiento. Se ha progresado mucho, sobre todo en paliar el dolor físico.
Pero, seamos claros, nunca se extirpará el dolor del mundo, porque no podemos defendernos ni de nuestra limitación ni de nuestras culpas.
Eso sólo lo puede hacer Dios. Ya lo dijo muy clarito el Bautista en cuanto “echó el ojo” al Dios hecho visible en el Jesús que él iba a bautizar en el Jordán: “Éste es el cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo”.
Aceptar el dolor
Y ahí está nuestra esperanza: es Él, el único, que puede quitar el mal del mundo, porque todo mal tiene su raíz en el pecado.
Pero, ojo, como el mal es también consecuencia de nuestra limitación ocurre lo siguiente: si yo quiero sacudirme del dolor que me produce la verdad, el amor, el hacer el bien, en cualquiera de sus formas, entonces me queda una sensación de falta de sentido y de soledad.
Lo que cura, pues, no es esquivar el dolor, sino aceptarlo, madurarlo, asumirlo como parte de esa redención que el propio Jesús lleva a cabo mediante el sufrimiento de su vida.
Y aquí, el Papa, vuelve al ejemplo concreto: un mártir vietnamita llamado Pablo. Leed despacio el nº 37 y os encontraréis con un ejemplo muy elocuente y claro: el sufrimiento se torna, sin dejar de serlo, en un canto de alabanza a Dios.
Repito, nada suple leer este texto sublime del joven mártir asiático que escribe, nada menos y como dice el mismo “desde el infierno”, que eso era el campo de concentración desde el que escribía a la vez que sufría.
Mucho más puede subrayarse de esta parte de la Encíclica. Pero ahora, con esa corriente de simpatía natural hacia la eutanasia activa, me permito invitaros, amigos lectores, a hacer vuestra la reflexión papal: si mi bienestar es más importante que la verdad, prevalece el dominio del más fuerte y reinarán la violencia y la mentira…
Así de claro, porque si Dios no puede padecer, sí puede compadecer: está es la significación de la encarnación. Dios no puede padecer, pero si, haciéndose hombre, compadecer y así dar un sentido nuevo, fecundo, generador de alabanza al Dios mismo, al sufrimiento humano.
[i] Benedicto XVI–Encíclica SPE SALVI–30.11.2007 (www.conferenciaepiscopal.es/documentos/.../enciclica/SpeSalvi.html)