Un día que Daniel se hallaba a la mesa con el rey, éste le dijo:
-¿Por qué razón no adoras el dios Bel?
-Porque yo –contestó Daniel- no adoro a un ídolo hecho por los hombres sino al Dios vivo. Creador del cielo y de la Tierra.
El rey replicó:
-¿Y tú crees que no vive el dios Bel, que todos los días come y bebe? A lo que respondió Daniel sonriéndose:
-No vivas engañado, oh rey. Bel es de barro por dentro y de bronce por fuera, y no come nunca.
Airado el rey, llamó a los sacerdotes de Bel y les dijo:
-Si no me manifestáis quién se come y bebe lo que a Bel se le presenta, moriréis. Pero si me hacéis ver que Bel come, morirá Daniel.
Eran los sacerdotes de Bel setenta y no les preocupó la amenaza del rey, porque estaban persuadidos de que ninguno conocía sus secretos. Así que contestaron tranquilos:
-Nosotros saldremos del templo y tú, oh rey, harás poner en él las ofrendas y cerradas las puertas, las sellarás. Si a la mañana siguiente Bel no lo hubiese comido, nos matarás a todos, y si acontece lo contrario, morirá Daniel.
Aceptada por el rey la propuesta, se colocaron las ofrendas sobre el altar y se sellaron las puertas del tempo. Pero Daniel tuvo la precaución de esparcir, con un cedazo una capa muy delgada de ceniza en todo el pavimento del templo, para descubrir las pisadas de los que entraran en él.
Muy de mañana, el rey y Daniel fueron al tempo y entrando verificaron que habían desaparecido las ofrendas.
-Grande eres oh Bel, y no hay en ti engaño- exclamó el rey.
Daniel se rió, y le dijo:
-¿Qué ves en el pavimento?
-Pisadas de hombres, de mujeres y niños- contestó el rey.
-Por aquí puedes conocer quién se ha comido las ofrendas.
Llamó entonces Darío a los sacerdotes y les obligó a que le revelasen dónde estaba el paso secreto por el que penetraban durante la noche en el templo para llevarse y comerse las ofrendas. E indignado, los condenó a muerte. Y entregó el ídolo al poder de Daniel, que lo destruyó junto con el templo.
Daniel y el dragón
Había también en Babilonia un dragón, semejante a una enorme serpiente, al cual adoraban como a una divinidad poderosa. Dijo el rey a Daniel:
-No me podrás negar, Daniel que Dragón es un dios vivo.
-No negaré que vive, pero sí que sea Dios. Si tú me lo permites lo mataré sin palo ni espada.
Consistió el rey. Tomó entonces Daniel pez, sebo y pelos, hizo cocer todo esto en una olla y luego que estuvo cocido lo echó en la boca del dragón que murió inmediatamente.
Ante tales hechos, en vez de abrir los ojos a la verdad, y reconocer al verdadero Dios, se amotinaron los babilonios, rodearon el palacio del rey y le amenazaron de muerte si no les entregaba a Daniel.
El rey se vio forzado a abandonarle a las iras de aquella muchedumbre, que le apresó y arrojó de nuevo al foso de los leones.
Habacuc y el ángel
Pero Dios no abandona jamás a sus fieles siervos. Vivía en Judea un hombre llamado Habacuc, el cual había preparado la comida para sus segadores y se la llevaba al campo.
Se le apareció un ángel y tomándole de los cabellos lo transportó a Babilonia, al foso de los leones, para que diera de comer a Daniel.
Al llegar el séptimo día, el rey fue a la fosa de los leones a llorar la muerte de Daniel, pero con gran admiración le encontró sentado tranquilamente. Lo mandó sacar y dio orden que se arrojara en él a los autores de la sedición, devorándolos al instante las fieras.
El rey publicó después la siguiente ley: Adoren todos mis súbditos al Dios de Daniel. Dios salvador, que hace grandes prodigios maravillas sobre la Tierra.
“Daniel mata al dragón”, Biblia ilustrada de Matthaus Merian.1628