es una alabanza magnífica a los ojos de la gente, más aún, en una época donde abundan los casos de corrupción, el egoísmo social, el consumismo frenético, la apatía general hacia el sufrimiento ajeno y tantas debilidades de nuestra sociedad. Los valores siempre serán alabados y admirados, pertenecen a la dignidad humana. En efecto parece normal que una persona sea honesta en su trabajo, que una madre o un padre sean cariñosos con sus hijos, que un abogado disfrute de rectitud, que un médico tenga empatía con sus enfermos, que un campesino tenga ilusión con sus animales y sus cultivos. Actualmente, resaltan más estos valores; en gran parte se pretende vivir sin Dios en un mundo cada vez más secularizado, por no decir pagano.
La misericordia de Dios es infinita
Es muy difícil pretender educar en valores a niños y adolescentes porque significa ir contra corriente, lo de desear rápidamente dinero, fama, éxito, placer, poder… es el ejemplo de muchos políticos, de unas cuantas personas que conocemos muy bien. Por supuesto que hay gente buena, muy buena dentro de todas las circunstancias humanas y espirituales, Dios lo ve todo y su misericordia es infinita. Pero Jesús nos ha dicho: “sin mí no podéis nada”. Es una frase radical y muy clara. Dios sufre cuando el hombre se aleja de él.
Si los valores contribuyen a adquirir una dimensión de dignidad humana, las virtudes elevan al hombre a la santidad, es otro escalón muy distinto, muy superior a los ojos de Dios que lo ve absolutamente todo, por eso es Dios, con una inmensidad que no podemos captar. Las virtudes son como unas pequeñas joyas espirituales que enriquecen y adornan nuestra alma, que fortalecen nuestro nivel espiritual, que nos dan paz y una profundidad a pesar de lo difícil que es adquirir una simple virtud o luchar para corregir un defecto. Son continuos actos de amores a Jesucristo, pequeños o grandes, a veces heroicos, que lentamente nos conducen a la santidad, y Dios nos quiere santos. En más de 2.000 años de cristianismo una infinidad de hombres y mujeres han vivido el testimonio de Jesús entre nosotros, sus enseñanzas, su Evangelio, su muerte en la Cruz. No sólo tenemos muchos santos actuales como la Madre Teresa de Calcuta, el Papa San Juan Pablo II, San Padre Pio de Petrelcina, San Maximiliano María Kolbe, San Faustina de Kowalska, San José María y Don Álvaro, por lo menos conocemos sus vidas y sus prodigios pero hay actualmente miles de cristianos martirizados cruelmente en países como Irak, Siria, Tanzania, Paquistán y más países de áfrica. En el mundo de los refugiados, hay tanto dolor sufrido con un total desconocimiento de la santidad que pasa desapercibida, así como de los voluntarios que son auténticos héroes.
Amigos fieles de Dios
Las virtudes son tantas y tan variadas que se adaptan a cada circunstancia de nuestra vida, el Señor nos lleva adelante, paso a paso, con discreción y silencio: “Vosotros sois la sal de la tierra”, “vosotros sois la luz del mundo…” “alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el Cielo” (Mat. 5.13.16). Esta luz siempre se refleja en el rostro de los amigos fieles de Dios, es la salvación de la humanidad, no hay otra.