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Origen y primera expansión de la Iglesia

Origen y primera expansión de la Iglesia. grafito_de_alexamenos. Grabado en la pared de una escuela romana. Retrato de Jesús mas antiguo que se conoce

En él hay que contemplar, por una parte, al mundo romano, dentro del cual se desarrolló la Iglesia Católica, y, por otra, el mundo judío, que es el que estuvo en contacto inmediato con el Salvador.

El mundo romano

El imperio romano había llegado a una prosperidad material apenas igualada por ningún Imperio antiguo. Esta  se manifiesta principalmente en la unificación obtenida en todo el Imperio, de que era símbolo la lengua Koiné, o común, que servía de lazo de unión de todas las naciones. En cambio, desde el punto de vista moral, el mundo romano se hallaba en manifiesta bancarrota. La religión estaba en creciente descrédito. El escepticismo lo había invadido todo. A los cultos antiguos de los Manes y Penates, sustituidos después por la tríade capitolina de Júpiter, Juno y Minerva, había sucedido un politeísmo variadísimo, mezclado con una pléyade de dioses orientales y cultos sincretísticos, como el del emperador. La filosofía marcaba una tendencia escéptica y epicúrea. La única escuela algo elevada, la estoica, era patrimonio de pocos.

Más donde aparecía más claramente la decadencia del mundo romano es en el estado de las costumbres públicas y en la moral de la sociedad. La familia, enteramente corrompìda; los esclavos, tratados como objetos despreciables; el lujo y sibaritismo llegaban a un extremo inconcebible; en las diversiones públicas de los gladiadores, carreras y teatros se había llegado a una degradación tal, que no estaban satisfechos si no se veía correr sangre humana en abundancia, o si no se trataba de escenas enteramente obscenas. En realidad, el estado moral era sumamente bajo.

El mundo Judío

Frente a este estado del mundo romano observamos, en conjunto, en el mundo judío, una mayor elevación. Sin embargo, no obstante los continuos favores recibidos de Dios con los profetas y otros hombres extraordinarios, el pueblo de Israel se había dejado llevar también del ambiente de decadencia moral y religiosa del tiempo. Los que representaban entre ellos el mayor peligro eran precisamente sus dirigentes. Por una parte, los saduceos, partido eminentemente político, imbuido en las ideas helenísticas del tiempo, medio racionalista y medio paganizado. Por otra, los fariseos, que eran el polo opuesto, defendían la ley al pie de la letra, pero juntamente se dejaban llevar del apasionamiento y la hipocresía más desenfrenada. Eran los dirigentes religiosos del pueblo; pero habían perdido todo espíritu.

En medio de estos elementos tan diversos y tan degenerados del ideal del pueblo de Dios, conservábase viva la expectación del Mesías. Es verdad que, por influjo de los celantes fariseos, se había torcido la significación del esperado Mesías, por lo cual generalmente se lo representaban como un libertador político; pero, no obstante, existía en algunos el concepto puro y espiritual del Mesías, como aparece en el anciano Simeón. Esta misma expectación de un Libertador había trascendido los límites de Israel, y aparece consignada en los mismos autores paganos, como Tácito y Suetonio.