Se puede practicar a nivel mundial, por personas de cualquier edad o condición, es siempre beneficiosa para cada uno y para los demás, para la salud física, moral y mental. Necesita humildad, muchísima humildad, generosidad, inteligencia y un discernimiento especial, como nos diría el Papa Francisco. Por supuesto una profunda visión sobrenatural, en el sentido de que cualquier esfuerzo de paciencia por muy pequeño que sea, Dios lo ve. Esto supone un gran consuelo, un auténtico alivio porque muy a menudo la paciencia es una verdadera proeza de valor y de heroísmo.
Antes de nada, los que tenemos que tener paciencia somos nosotros mismos. Ya sabemos que tenemos limitaciones, defectos y sufrimientos. No siempre nos conocemos personalmente a fondo y nos falta valentía para reconocer nuestros defectos. No tenemos que pactar con nuestros errores sino poner esfuerzos, poco a poco, para superarlos. A veces, hace falta una vida entera para conseguirlo. “Hay que sufrir con paciencia”, decía San Francisco de Sales, los retrasos de nuestra perfección haciendo siempre lo que podamos para adelantar y con buen ánimo. Esperemos con paciencia en vez de inquietarnos por haber hecho tan poco en el pasado, procuremos con diligencia hacer más en el porvenir.
En nuestro caminar, la vida es larga y corta al mismo tiempo, según las circunstancias de cada uno. Podemos sufrir abundantes derrotas, también alegres victorias. Lo más importante es aguantar y ofrecer todo con amor al señor, lo bueno como lo malo, pidiendo siempre su ayuda y su gracia. Ya lo dice Jesús: “Sin mí, no podéis hacer nada”. Para profundizar esta verdad ha instituido el Papa Francisco el año de la misericordia dando una gran importancia a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, para recobrar así la alegría del perdón y del amor incondicional del Señor que lo perdona todo, se olvida de nuestros pecados y disfruta con nuestro amoroso arrepentimiento. Esto es nuestra gran esperanza.
Lo más difícil es aguantar la enfermedad, el dolor tanto físico como moral y aquí viene de nuevo esta frase de Jesús: “Sin mí, no podéis hacer nada”. Hay que reconocer que es mucho más llevadero llevar el dolor con la ayuda de la fe. La paciencia es más llevadera si contamos con el amor del señor, si nos pegamos a su corazón, si pensamos en todo lo que él ha sufrido en la pasión, podemos así unir nuestro dolor al suyo por el bien de la humanidad.
Muy a menudo es preferible ahogar nuestro sufrimiento ayudando a otras personas que lo pasan mal. Se trata de dar cierta actividad a nuestra paciencia dolorida, enriquecerla, darle fuerza y vigor. No se trata de aguantarla sin más, sino rodearla de amor. Nunca ha tenido la Iglesia Católica tantos mártires como ahora. Muchos católicos se quedan en sus pueblos de Irak, Siria, Paquistán y varios países de África, en medio de sus casas en ruinas, pasando hambre, sed, frio y mucho miedo con bombardeos de día y de noche. Pero confían en el Señor, son orgullosos de vivir unidos en su amor. ¡Qué ejemplos nos dan a los cristianos del mundo occidental! Nos podemos fijar en la dignidad de los miles de refugiados. Pocos lloran, apenas los niños. Tienen una fuerza interior que les lleva a la esperanza, como meta final a tanta paciencia.
No podemos descuidar la paciencia de la convivencia con los demás, a veces la más difícil: en la familia, en las comunidades, en los lugares de trabajo, en la monotonía del día a día, en el campo, en la fábrica. Puede ser muy costoso y podemos perder los estribos. El Papa nos aconseja salir de nuestro grupo cerrado, de nuestra comodidad, de abrirnos a los demás, de hablar de Dios a la gente con valentía, en una palabra: hacer apostolado. Para eso, necesitamos mucha oración, mucha paciencia. Lo dice Santa Teresa de Ávila: “la paciencia todo lo alcanza”. Denota una gran fortaleza, mucha humildad, tener que soportar malas contestaciones, olvidarnos de nosotros mismos para sembrar luz, buen ejemplo, la alegría de vivir el Evangelio y enseñar el camino de la santidad. Nunca se pierden las manifestaciones de bondad, de heroísmo, de valentía y generosidad. Ocurre a veces que después de la muerte de ciertas personas santas se producen cambios notables de mejoría a su alrededor.
Todos nuestros esfuerzos de paciencia llevan a la gran esperanza del amor de Jesús que nos espera con los brazos abiertos de par en par, y una gran alegría en su corazón cuando entramos en la gloria eterna de su Padre Dios. Para esto ha nacido entre nosotros y nos ha dado su vida, su muerte y su Resurrección. No lo olvidemos nunca, es nuestra esperanza.