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Vivir sin olvidar los principios

La globalización ha contribuido a la deslocalización de los servicios. Los cambios se multiplican. Los paradigmas se modifican. Podríamos afirmar, cada vez es más frecuente, que nos sentimos confusos, sobrepasados ante las novedades que nos rodean.

El pasado siglo XX fue un tiempo sangriento, el actual no parece haber cambiado los planteamientos. Las guerras se generalizan, las revoluciones, los episodios de violencia nos envuelven. En fin, la atmósfera que respiramos, es francamente hostil.

Bueno sería, quizás, abrir el Eclesiastes: "El violento arrebato no quedará sin castigo, la cólera furiosa lo precipitará en la ruina. El hombre magnánimo espera su tiempo, pero al fin triunfa con gloria."[1]

Bueno sería hacer el esfuerzo de recordar. ¿Recordar, qué y para qué? Para recobrar lo salvable de nuestra historia.

Cierto es que solemos configurar el pasado para convertirlo en presente. Que nuestros recuerdos han modificado los sucesos acontecidos. Tendemos a hacerlos más equilibrados, posiblemente, en un afán por disminuir nuestros pasados yerros. Siendo conscientes de ello, deberemos actuar con prudencia en la labor.

La tradición, la experiencia y la senectud han sido devaluados, casi marginados por una Sociedad en la que prima la apariencia juvenil, incluso en quienes hace tiempo dejaron de ser jóvenes. El mito de la eterna juventud se recrea con terquedad.

La mejor edad

Hace algún tiempo reflexionaba, en un círculo, en compañía de unos cuantos analistas. Defendía: "Hace cincuenta años, cuando la media de edad de nuestra población rondaba los treinta y tantos años, éramos gobernados por personas que habían sobrepasado los sesenta. Ahora, que la media de edad de nuestra Sociedad ronda los sesenta, buscamos gobernantes que no hayan cumplido los cuarenta. Tanto aquello como esto me parece ridículo. Lo lógico sería que gobernantes y gobernados reunieran similares perfiles para que la decisión de los unos se hallara acorde con los deseos de los otros. Así, la felicidad estaría al alcance de gobernantes y gobernados"

Los rumbos actuales de la política parecen caminar en otro sentido. La juventud se impone como una falsa novedad de unos tiempos que no hacen sino repetir esquemas del pasado. El individuo, orgulloso de la especie, pretende dirigir el mundo a su voluntad y arbitrio. "No conviene al hombre el orgullo, ni la insolencia al nacido de mujer ¿Raza honorable cuál es? La raza humana. ¿Raza honorable cuál es? La de los que temen al Señor. ¿Raza despreciable cuál es? La raza humana. ¿Raza despreciable cuál es? La de quienes traspasan la Ley. En medio de hermanos, su jefe es el honrado, más a los ojos de Dios los que le temen. Forastero y peregrino, extranjero y pobre, la gloria de ellos es el temor de Dios. No es justo despreciar al pobre inteligente ni honrar al hombre que está en alto. El prócer, el poderoso y el magistrado son honrados, pero ninguno es mayor que quien teme a Dios."[2]

Recordar nos ayuda a mirar al futuro con esperanza. En una sociedad en la que la insolencia no deja de ganar espacio y la mansedumbre parece despreciarse como valor de un tiempo que hace mucho dejó de ser, recuperar la esperanza es una manera de recobrar la cordura. De sentirnos protagonistas de nuestra propia existencia. A pesar de ello la pérdida del control de nuestro entorno se ha convertido en una realidad constatable y difícilmente eludible.

¿A quién recurrir cuando nos invade la zozobra existencial? ¿Cuándo la inseguridad hace presa en nuestros cerebros?

Ser coherentes

Propongo hacer un esfuerzo por recuperar la coherencia. Recuperando la razón mejoraremos nuestra calidad de vida.

No deseo erigirme en acérrimo defensor de la tradición. El ser humano siempre ha buscado mejorar. La modernidad ha sido y sigue siendo un objetivo necesario en la construcción de nuestro futuro. Buscar nuestras raíces y planear nuestras acciones de acuerdo con nuestra cultura y tradición, es un intento necesario. Abandonar las enseñanzas de quienes nos antecedieron, poner delante el orgullo y el egoísmo y detrás la justicia, un despropósito.

La búsqueda de la innovación y la eficacia debiera conducirnos a la creación de un mundo en paz, más equitativo, justo y humano. Más vividero.

El ser humano puede actuar con prudencia y con estúpida ambición. Las virtudes y los defectos forman parte por igual de nuestra naturaleza. Mas la búsqueda no es sencilla. En ocasiones, nuestro entorno no parece amigable, ni siquiera cuerdo. En determinadas ocasiones parece más sencillo buscar la guerra que la paz... "miré en busca de apoyo, pero en vano. Entonces me acordé de las misericordias del Señor y de sus gracias desde la eternidad, del que libra a los que a Él recurren y los rescata de todo mal."[3]

Contemplar la armonía de la belleza y reivindicar la prudencia y la justicia ayuda a encontrar la paz y la felicidad. El mundo no puede ni debe detenerse, tan solo acompasar su velocidad a nuestra capacidad, de esa manera nuestra existencia será más humana.

 


[1]     Eclesiástico 1. 19-21

[2]     Eclesiástico 10. 18-24.

[3]     Eclesiástico 51 8.