Berardo, Otón, Pedro, Acúrsio y Adjuto fueron los primeros misioneros enviados por San Francisco a tierras sarracenas. Naturales de Narni (Italia), abrazan el ejemplo de vida de Francisco e ingresan en la Orden de los Frailes Menores. Partiendo de Asís, en 1219, llegan a Portugal y pasan por Coímbra, donde residía la Corte. Muy probablemente se encuentran allí con el Canónigo Regular Fernando de Bulhões. Pasan después por otros lugares y alcanzan Sevilla, comenzando a predicar la fe de Cristo en las mezquitas. Conducidos ante el sultán, son encarcelados y, después, transferidos a Marruecos, con la orden de no volver a predicar. Ellos, sin embargo, continúan con gran valor anunciando el Evangelio. Son hechos prisioneros y cruelmente torturados y, finalmente, decapitados en Marraquech, el 16 de Enero de 1220. Ante el elocuente testimonio de los misioneros mártires, Fernando, lleno de ardor apostólico y cautivado por su valor, sencillez y fe, en contraste con la tranquilidad de su vida, decide unirse a los franciscanos, presentes en Coímbra desde 1217, en un pequeño cenobio dedicado a San Antonio Abad, levantado en una colina con vistas a la ciudad. Cambia entonces el opulento monasterio de Santa Cruz por el pobre convento de los Olivares, cambia también su nombre por el de Antonio, en honra del santo egipcio fundador de la vida monástica en el siglo IV, y deja el hábito crema y la esclavina negra de canónigo regular de San Agustín para vestir la áspera estameña parda de San Francisco.
De la primitiva capilla del siglo XIII queda poco, ya que el convento fue renovado en la época barroca, que le da el aspecto actual. El acceso a la iglesia se hace a través de una imponente escalinata, característica de las iglesias de peregrinación portuguesas del Siglo XVII, ladeada por seis capillas con figuras de barro, representando los diversos pasos de la Pasión de Cristo. En el interior de la iglesia llaman la atención los retablos barrocos de talla dorada, del primer cuarto del siglo XVIII, teniendo el altar mayor la pintura de Nuestra Señora de la Concepción, ejecutada por Pascual Parente, en 1779. Un sillar de azulejos azules y blancos, de la primera mitad del siglo XVIII reviste las paredes de la nave ilustrando escenas de la vida de San Antonio.
Pero el conjunto más significativo, histórico y artístico es la sacristía y la dependencia anexa, levantada exactamente en el local donde San Antonio profesó y recibió el hábito franciscano. Con fuerte carga barroca, de mediados del siglo XVIII, con el techo pintado, azulejos de temática antoniana y muebles con molduras barrocas de talla dorada y pinturas ilustrativas de la vida de San Antonio. En el centro, destaca su altar con una pintura representándole en su toma del hábito. Aquí se puede venerar un retrato que la tradición dice corresponderse con su auténtica fisonomía. En la explanada norte de la iglesia fue edificada, ya en el siglo XIX, una capilla de reducidas dimensiones, en el lugar que la tradición afirma haber estado la celda de San Antonio. Y es de este lugar humilde, y absolutamente insignificante en la época, que el gran Antonio, después de breve tiempo, partió hacia Marruecos, deseoso de verter su sangre en el mandato del ideal cristiano, siguiendo la senda de los cinco primeros mártires franciscanos.