Rumbo a Lisboa, fray Antonio tuvo que hospedarse en el único convento franciscano que había en el camino: el de Alenquer. El primero de la Orden Franciscana en Portugal, fundado en 1216 por el italiano Beato Zacarías, que había sido enviado junto con otros compañeros por el mismo San Francisco, a predicar y evangelizar el occidente peninsular, tras el capítulo de la Porciúncula.
En el Pazo Real de Alenquer, en la parte alta de la población y dominando el río Tajo, residía una de las tres infantas beatas, hijas de don Sancho I de Portugal, Santa Sancha. Esta mujer virtuosa había acogido allí mismo a los primeros franciscanos, dándoles una ermita a la entrada de la villa y cediéndoles después su propio pazo en 1222.
La memoria de los santos mártires de Marruecos y la del propio San Antonio está ligada también a esta santa infanta y a su pazo real. Cuando pasaron los cinco franciscanos por Alenquer, la princesa les ofreció vestidos comunes para que pudieran pasar desapercibidos en el viaje y llegar a Sevilla y de allí a Marruecos, en donde recibirían la palma del martirio, el 16 de enero de 1220. Sucediéndose un hecho prodigioso en ese mismo momento del martirio: estando doña Sancha en oración en su aposento, tuvo la visión del martirio y vio a los pobres frailes subir al Cielo. El milagro está registrado en los azulejos de la portería y en una bella pintura de la sacristía, ambos del siglo XVII.
El edificio conventual, bien conservado, da testimonio de sus glorias pasadas. Siendo una de las principales casas religiosas de los primeros siglos de la nación portuguesa, fue honrado con la presencia y las repetidas donaciones de varios reyes portugueses y miembros de la corte, hasta su abrupta extinción decretada por el gobierno liberal en 1834.
De la primitiva construcción del siglo XIII quedan pocos vestigios. Apenas el bellísimo portal gótico de la iglesia y algunos arcos sueltos en la iglesia y otras dependencias. Se destaca en el conjunto el gran claustro de estilo manuelino-mudéjar, con columna de capiteles al gusto sevillano, del primer cuarto del siglo XVI, y el impresionante portal de la Casa del Capítulo, de delicada filigrana pétrea manuelina, con motivos de fauna y flora de las tierras de ultramar.
La iglesia, reconstruida tras el terremoto de Lisboa de 1755, de amplia nave barroca con planta de cruz, conserva la memoria de San Antonio en un altar lateral que le es dedicado, con una imagen de mediados del siglo XVII.
No obstante, el lugar más relacionado con San Antonio, por la memoria que guarda de los mártires de Marruecos, es el antiguo aposento en donde Santa Sancha tuvo la visión del martirio, hoy transformada en la Capilla de Santa Sancha. Decorada también después del terremoto de Lisboa, con talla dorada y jaspeados al gusto rococó, ostenta el blasón de la Reina doña Mariana Victoria de Borbón y Farnesio, hija mayor de Felipe V y de su segunda esposa Isabel de Farnesio, española de nacimiento y mujer del rey don José I de Portugal.
Aunque ningún documento lo atestigüe, es muy probable que a este mismo cuarto-capilla haya llegado San Antonio al encuentro de la Santa Infanta. No cuesta imaginar el diálogo entre los dos santos... cómo Santa Sancha le relataría de viva voz su encuentro con los mártires y cómo pudo contemplar su subida a la gloria del Cielo, lo que habrá suscitado en el joven fraile el deseo aún más ardiente de seguir sus pasos, dando la vida por el Evangelio de Cristo.