Hemos visto cómo San Antonio ejerció su cátedra como profesor de teología en Bolonia, e inauguró una escuela de teología para frailes. Y también enseñó en el campus conventual de la Orden en las ciudades de Tolosa y Montpellier. Pero sin duda, su magisterio no fue muy extenso, pues en 1224 es invitado a ir a Languedoc para combatir la herejía albigense. En 1225 lo encontramos en Tolosa y en septiembre del mismo año fue elegido guardián del monasterio de Puy-en-Velay. Poco después de la muerte de San Francisco regresó a Italia, donde fue elegido provincial de la región Emilia-Romana (1227-1230) y como tal participó en el Capítulo General de la Orden de 1230.
Predicador incansable
A pesar de estos cargos de responsabilidad, siguió predicando la Palabra de Dios. En Francia fue escuchado en Montpellier, Tolosa, Puy-en-Velay, Arles, Bourges, Limoges, Saint-Junien y Brive; en Italia fue escuchado en todos los conventos de Emilia y Lombardía, desde los confines de Toscana hacia el norte, incluyendo Piamonte, Génova y Lombardía, Venecia con Friuli, Bolonia con toda la Romana hasta Rímini y los confines de Pesaro.
La gloria de Dios y el bien de las almas constituían los dos polos del apostolado de San Antonio. En este sentido no tuvo miedo de desafiar la herejía, por ejemplo, en Rímini, donde convirtió al famoso hereje Bonillo. Incluso promovió disputas públicas en Rímini,
Tolosa y Milán.
Impugnador de herejes y pacificador de almas
Además de esta faceta de impugnador de herejes (albigenses, cátaros y patarinos), que apenas aflora en sus sermones escritos, San Antonio, según palabras de la leyenda Assidua: –intentó llevar la paz fraternal allí donde reinaba el odio, como sucedió en aquella época entre los güelfos y los gibelinos; –liberaba a los presos que sufrían cárcel por deudas. El estatuto publicado por el ayuntamiento de Padua el 15 de marzo de 1231,
a petición suya, es un ejemplo flagrante de ello; –luchó por la restitución de las usuras y las depredaciones violentas. –apartaba a las rameras de su infame comercio –alentó a los ladrones y a los salteadores famosos a tomar la vida honesta del trabajo para ganarse el pan de cada día.
¡Oh, lengua bendita!
Porque la lengua de San Antonio era la lengua de la verdad, mientras todo su cuerpo estaba corrompido, Dios la conservó incorrupta a lo largo de los siglos. En efecto, la incorruptibilidad de la lengua muestra cuán preciosa era ante Dios. Es el sello divino del maravilloso apóstol de la reforma religiosa, moral y social llevada a cabo por el santo en su tiempo. Como santamente vivió, santamente murió en Padua el 13 de junio de 1231. Y murió también con fama de sabio. El Papa Gregorio IX, cuando lo canonizó el 30 de mayo de 1232, lo saludó con la antífona del Doctor: O Doctor Optime. Y este concepto le ha acompañado a lo largo de los siglos.
Los misales, antes de la reforma de San Pío V, hacia 1570, le señalaban la misa de los doctores. Incluso después de esta reforma, los franciscanos, las diócesis de Padua y de Portugal continental y ultramarino, incluido Brasil, no interrumpieron el culto doctoral
al ilustre franciscano portugués. Cuando Pío XII, con la carta apostólica Exulta Lusitania Felix, del 16 de enero de 1946 (fiesta de los protomártires de la Orden Franciscana), lo colocó en la lista de los doctores de la Iglesia en el 29º lugar, satisfizo los deseos de estudiosos, amigos y devotos, que siempre vieron en él al sabio junto al santo y al taumaturgo.
San Antonio y San Francisco
El hecho, sin embargo, puede haber sorprendido a algunos devotos. Por extraño que pueda parecer, San Antonio, el Doctor, atrajo las simpatías de los plebeyos, mientras que San Francisco, pobre e idiota (como él mismo se llamaba), se ganó los favores de los eruditos. ¿Por qué? El misterio de la vida humana. A pesar de las sucesivas ediciones de las obras del santo Doctor, que llevan a admirar su pensamiento, los milagros reales y atribuidos han creado en él una atmósfera de leyenda, que han ocultado un porcentaje razonable de su proyección como doctrinario.
Sin menospreciar la faceta taumatúrgica del santo de Lisboa y Padua, el estudio de sus sermones nos muestra su alma de fuego, desde dentro. Escribió para sus contemporáneos, pero las verdades que expuso, los vicios que fustigó, los consejos que dio también son útiles para los hombres del siglo XX.
(Extraido de la Coletanea de Estudos Antonianos,
Fr. Henrique Pinto Rema, OFM. Centro
de Estudos e Investigação de Sto. Antonio.
Pág. 36-37. Texto publicado en mayo de 197,
como introducción a la traducción portuguesa
de las Obras Completas de San Antonio.)