Las diversiones se van volviendo más frecuentes y más suntuosas. Los hombres se preocupan cada vez más de ellas. En los trajes, en las maneras, en el lenguaje, en la literatura y en el arte el anhelo creciente por una vida llena de deleites de la fantasía y de los sentidos va produciendo progresivas manifestaciones de sensualidad y molicie. Se da un paulatino decrecimiento de la seriedad y de la austeridad de los antiguos tiempos. Todo tiende a lo risueño, a lo gracioso, a lo festivo. Los corazones se desprenden gradualmente del amor al sacrificio, de la verdadera devoción a la Cruz y de las aspiraciones de santidad y vida eterna. La Caballería, otrora una de las más altas expresiones de la austeridad cristiana, se vuelve amorosa y sentimental; la literatura de amor invade todos los países; los excesos de lujo y la consecuente avidez de ganancias se extienden por todas las clases sociales.
Tal clima moral, al penetrar en las esferas intelectuales, pro dujo claras manifestaciones de orgullo, tales como el gusto por las disputas aparatosas y vacías, por las argucias inconsistentes, por las exhibiciones fatuas de erudición, y lisonjeó viejas tendencias filosóficas, de las cuales había triunfado la Escolástica, y que ahora, ya relajado el antiguo celo por la integridad de la Fe, renacían con nuevos aspectos. El absolutismo de los legistas, que se engalanaban con un conocimiento vanidoso del Derecho Romano, encontró en Príncipes ambiciosos un eco favorable. Y, al mismo tiempo, se fue extinguiendo en grandes y pequeños la fibra de otrora para contener al poder real en los legítimos límites vigentes en los días de San Luis de Francia y de San Fernando de Castilla.
Llegada de humanismo y Renacimiento
Este nuevo estado de alma contenía un deseo poderoso, aunque más o menos inconfesa do, de un orden de cosas funda mentalmente diverso del que había llegado a su apogeo en los siglos XII y XIII.
La admiración exagerada, y no pocas veces delirante, por el mundo antiguo, sirvió como medio de expresión a ese deseo. Procurando muchas veces no chocar de frente con la vieja tradición medieval, el Humanismo y el Renacimiento tendieron a relegar a un segundo plano la Iglesia, lo sobrenatural y los va lores morales de la Religión. El tipo humano, inspirado en los moralistas paganos, que aquellos movimientos introdujeron como ideal en Europa, así como la cultura y la civilización coherentes con este tipo humano, ya eran los legítimos precursores del hombre ávido de ganancias, sensual, laico y pragmático de nuestros días; de la cultura y de la civilización materialista de nuestros días.
Extraído del libro
“Revolución y Contra Revolución”
Plinio Corrêa de Oliveira. Editorial Tradición y Acción. Madrid 2014