El principio aparece en Dante Alighieri (+ 1321) y su obra inmortal La Divina Comedia. Pero quien le dio más impulso fue el Petrarca, (+ 1374), como gran promotor de los estudios clásicos latinos y de toda clase de cultura. Ya el Petrarca unió a este movimiento renacentista un desprecio exagerado a la escolástica. A su lado deben colocarse otros humanistas eminentes, particularmente Juan Boccaccio (+ 1375), quien trasladó el mismo entusiasmo a los clásicos griegos; pero, desgraciadamente, también él se dejó llevar de un estilo mordaz contra los clérigos y se entregó a un realismo obsceno. En Florencia se formó una floreciente escuela de griego, donde se distinguió el bizantino Manuel Chrysolora, y de donde salieron insignes discípulos.
Apogeo del renacimiento humanista
Sobre esta base la vida literaria adquirió un apogeo extraordinario. Los clásicos latinos y griegos eran estudiados con entusiasmo. Se encontraron nuevos códices; surgieron academias o cenáculos de humanistas, sobre todo en Florencia y Roma. Se distinguieron muchos hombres insignes. Así, por ejemplo: Poggjo Bracciolini, Leonardo Bruni, Aurispa y el cardenal Bessarion. Bajo la alta protección de los duces florentinos Cósimo de Médicis y Lorenzo el Magnífico, brillaron: Nicoli, Bistizi, Bruni, Traversari, Ficino y otros. A Florencia siguieron Nápoles y otras ciudades italianas; pero sobre todo ejercieron un influjo decisivo los romanos Pontífices, según se verá luego. Al mismo tiempo se cultivaron las lenguas orientales. Ya Poggio se especializó en hebreo. Se distinguió también Juan Pico de la Mirandola (+ 1494), quien dominó el hebreo, caldeo y árabe, pero estuvo en oposición con los romanos Pontífices y defendió algunos errores, si bien murió santamente.
Tendencias anti-eclesiásticas
Por desgracia, el movimiento, que tenía un fondo religioso y fue constantemente fomentado por los Papas, tomó en muchos una dirección anti-eclesiástica y a veces inmoral. Por ejemplo, en el Petrarca y en Poggio que, en su desprecio de la escolástica, envolvían con frecuencia las mismas discusiones del dogma. La veneración absoluta de todo lo clásico llevaba a veces a querer trasladar a nuestros tiempos el ambiente mitológico. Todo esto producía, en algunos, cierto espíritu de rebeldía contra la jerarquía eclesiástica.
Pero lo que formaba el mayor peligro era la inmoralidad a que daba ocasión el cultivo exagerado de ciertos escritores clásicos. Esto se vio claramente en algunos, como Pomponio Leto, quien organizó en 1460 una academia en la que remedaba la vida pagana; Lorenzo Valla, tan benemérito por sus trabajos de crítica, pero que llega a presentar como ideal la doctrina de Epicuro y Antonio Beccadelli, quien en sus versos sacó todas las inmundicias de Ovidio. Naturalmente, la Iglesia, aun admitiendo y patrocinando el movimiento renacentista, tuvo que oponerse a estos excesos.