La salud mental es importante en todas las edades y etapas del desarrollo vital, siendo un componente esencial e integral para el buen funcionamiento de nuestro ser, ciertamente: “No hay salud sin salud mental.”

Decía un marino que, a bordo o en tierra es normal que salgan cosas mal, dolores… Nadie debe sorprenderse o inquietarse por los trastornos que ocurren, son parte de la condición humana. Hay leyes naturales que desgastan y producen la descomposición cadavérica. Dios pocas veces altera estas leyes, pues es ley de la existencia terrena conveniente: nacer, crecer, reproducirse y morir.

En cierta ocasión le preguntaron a Benjamín Franklin ¿cuál es el hombre digno de mayor compasión? Franklin respondió: El solitario que no sepa leer en un día de lluvia.

Si, es un placer leer porque estimula la imaginación, educa y ayuda al crecimiento personal, y forma un buen criterio profesional y doctrinal. Un buen libro puede hacer mucho bien y uno malo mucho mal, pues con razones aparentes, con sofismas y a veces con auténticas falsedades pueden destruir los fundamentos de nuestras razones

de vivir cristianamente y honradamente.

 Estamos dotados de una memoria prodigiosa. En unos cuantos centímetros cúbicos, nuestro cerebro almacena más información de la que puede contener una instalación de ordenadores. Dicen que captamos el 80% por la vista, el 10% por el oído, y otro 10% por el tacto y el olfato.

Dice un dicho aragonés que, donde hay niños hay cariños, y donde hay viejos hay consejos. Las personas mayores son una fuerza, un activo con el que debe contar la sociedad. Con su testimonio humano, la memoria de sus vidas y su larga experiencia de trato personal con otras personas, constituyen piedras vivas, fundamentos donde pueden asentarse las nuevas generaciones, a las que a veces faltan modelos asequibles. Por ello hay que tener en cuenta más de una vez en la vida que en el pasado está la historia del futuro.

Hace años, los hombres de ciencia creían que todos los seres vivos tenían un lapso de vida “natural” fijo, regulado por una especie de reloj biológico.

La sensatez se ha considerado muchas veces una virtud de timoratos, apocados, un  engaño de la inteligencia. Y no es cierto.