En el capítulo X de las Florecillas de San Francisco leemos lo siguiente:
Un día, cuando Fray Francisco de Asís regresaba del bosque donde había ido a rezar, Fray Masseo de Marinhano salió a su encuentro y le preguntó:
¿Por qué a ti? ¿Por qué a ti?
Respuesta del Padre Seráfico:
¿Quieres saber por qué todo el mundo viene a mí? Es porque los santísimos ojos de Dios no han visto entre los pecadores a nadie más vil, ni más despreciable que yo. Entonces me ha escogido para llevar a cabo la admirable obra que se había propuesto, para confundir la nobleza, la fortaleza, la belleza y la sabiduría del mundo, para que sea evidente que de Él, y no de ninguna criatura, procede toda virtud y todo bien, y que nadie
puede presumir en su presencia, pues al Señor pertenece todo el honor y la gloria por siempre.
El diálogo entre Fray Masseo y Fray Francisco podría haber tenido lugar entre Fray Masseo y Fray Antonio de Lisboa. En primer lugar, todo el mundo se acercaba a Francisco de Asís como un poderoso imán, gracias al espíritu divino y al más profundo humanismo que le animaba; Poco después llegó Antonio de Lisboa, que se reveló al mundo en Forli, durante unas ordenaciones sacerdotales, tal vez el 24 de septiembre de 1222. Y las multitudes, sedientas de la verdad divina y de la moral cristiana encarnada en un hombre santo y sabio, no lo abandonaron ni en vida ni después de su muerte corporal, ocurrida el 13 de junio de 1231 en Arcela, a dos kilómetros de Padua. Son dos santos de hagiología universal, objetos de devoción en todas las clases sociales y en los más diversos rincones
del mundo.
Paradójicamente, San Francisco de Asís, que se llamaba a sí mismo un hombre sin letras, un interés de los intelectuales. San Antonio, un intelectual de primer orden, que se ganó el virtual epíteto de Doctor de la Iglesia el día de su canonización, el 30 de mayo de 1232, en la catedral de Espoleto, por parte del papa Gregorio IX, que había sido su amigo y admirador en vida, alcanzó quizás una proyección más universal, pero entre gente sencilla e ignorante. El culto de Doctor de la Iglesia, ininterrumpido en la Orden Franciscana, en Portugal y en la diócesis de Padua desde el siglo XIII, sólo pasa a la Iglesia Universal a principios de 1946 con la bula Exulta Lusitania felix, de Pío XII.
El fenómeno Antoniano en vida
Podemos afirmar que el llamado fenómeno Antoniano comenzó en Forli, a última hora de la mañana o a primera de la tarde del 24 de septiembre de 1222, cuando el superior le ordenó que dirigiera unas palabras a los presentes, ya que le había escuchado hablar en latín, incluso cuando no era necesario. Antonio se resistió todo lo que pudo, pero finalmente cedió. El autor anónimo de la leyenda Assidua o Vita Prima, escrita para la canonización del santo en 1232, recuerda: “Cuando aquella pluma del Espíritu Santo, su lengua, comenzó a exponer con muchos argumentos, muy claramente y con breves palabras, entonces los frailes, todos a una, movidos por una enorme admiración, le escucharon con el mayor interés. La insospechada profundidad de sus conocimientos au-
mentaba el asombro, pero el espíritu con que hablaba y su ardiente caridad no eran menos edificantes. A partir de ese momento, todos, invadidos por el santo consuelo, comenzaron a venerar el mérito de la humildad del siervo de Dios Antonio, acompañada del don de la ciencia.”
En la ceremonia de ordenación de ese día en Forli, se encontraban algunos frailes que se dirigían al Capítulo Provincial, que se celebraría la semana siguiente en San Miquel. El caso no puede dejar de ser comentado. El Capítulo decidió sacar esa admirable luz de debajo del celemín, confiándole la misión de predicar, de ser evangelista.
Comenzó entonces a recorrer ciudades y castillos, aldeas y campos en busca de almas. En su peregrinaje como evangelizador, el autor de la Assidua recuerda su éxito en Rímini, donde Bononilo, que durante treinta años militaba en la herejía, se convirtió a la verdad cristiana y católica. Bartolomé de Pisa, escribiendo a finales del siglo XIV, da al heresiarca el nombre de Bonelo, y relata su conversión al ver su mula postrada ante el Santísimo Sacramento. También en Rímini, las Florecillas de San Francisco, en el capítulo 49, sitúan la predicación de San Antonio a los peces. No cabe duda de que el paso del santo por Rímini ha quedado para siempre en el recuerdo, incluso hasta nuestros días.
Este éxito se debió, en primer lugar, a la fascinación de su santidad; luego, a la extensión y profundidad de su cultura, acompañada de un poder de comunicación inusual,
que no desdeñaba las reglas de la Retórica de su tiempo, como se deduce de lo que escribió en el prólogo general de su Opus Evangelíorum; en tercer lugar, su figura física, de aproximadamente un metro y setenta centímetros (cuando la media de la época era de un metro y sesenta y dos), con ojos expresivos y dedos finos y largos, como comprobaron los expertos que, en enero de 1981, analizaron sus restos mortales, religiosa y magníficamente conservados en Padua. La figura moral de un hombre santo, la figura intelectual de un hombre sabio y la figura física de un perfecto hombre atlántico-mediterráneo, que era San Antonio, contribuyeron a los más notables éxitos espirituales en las almas de los oyentes que tuvieron el privilegio de escucharle en directo:
Los hombres de todas las condiciones, clases y edades se alegraron de haber recibido de él enseñanzas adecuadas a su vida. (Vita Prima o Assidua).
Sobre la última cuaresma predicada en Padua, el autor de la
Asidua añade:
“De las ciudades, los castillos y las aldeas de los alrededores de Padua acudieron multitudes innumerables de ambos sexos, todas ellas sedientas de escuchar con la mayor devoción la palabra de vida. Acudieron ancianos y jóvenes de toda edad y condición, vestidos como si fueran religiosos, y hasta el propio obispo de Padua (se llamaba Santiago de Garrado, fue nombrado en 1229 y murió en 1239) y su clero. Llegaron a reunirse para escuchar al Santo cerca de 30.000 hombres, todos en el más respetuoso silencio, con ánimo despierto y los oídos atentos a aquél que hablaba. Los comerciantes cerraron sus tiendas y no volvieron a abrir hasta que terminó el sermón.”
El resultado de tal predicación durante la última cuaresma de su vida terrenal se describe así en el capítulo 13 de la Leyenda
Asidua, que venimos citando:
–Intentaba devolver a la paz fraternal a aquellos en los que reinaba el odio (como ocurría entonces entre guelfos y gibelinos);
–Restablecía la libertad de los presos (por deudas, de las que es un ejemplo flagrante el estatuto publicado por el ayuntamiento de Padua el 15 de marzo de 1231 a petición el Santo)
–Luchaba por la restitución usuras y bienes obtenidos con violencia;
–Alejaba a las prostitutas de su infame modo de vida;
–Convencía a ladrones, famosos por sus fechorías, a que no tocasen
la propiedad de los demás.
(Extraido de la Coletanea de Estudos Antonianos,
Fr. Henrique Pinto Rema, OFM.
Centro de Estudos e Investigação de Sto. Antonio.
Pág. 322. Texto escrito en 1997 para
Cultura, Revista de Historia y Teoría de las
Ideas, de la Universidad Nueva de Lisboa.)