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Takayama Ukon, el samurai católico que podría ser declarado Santo

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Cinco siglos después de su muerte, la Iglesia japonesa festeja a Justus Takayama Ukon, primer católico de la tierra del sol naciente en recibir de manera individual el honor de los altares. 

Fue en agosto de 2013 cuando la Conferencia Episcopal japonesa presentó un informe de aproximadamente 400 páginas, con todos los documentos necesarios para la causa de beatificación de Takayama Ukon, un daimyo (esto es, un señor feudal japonés) del siglo XVI que prefirió perder sus territorios y privilegios antes que renunciar a la fe católica que había abrazado a los doce años de edad. Y fue en enero de 2016, cuando el Papa Francisco firmó el decreto de aprobación de la causa.

El samurái de Cristo, casado y padre de 5 hijos, eligió el camino del exilio antes que abjurar de la fe cristiana, cuando el cristianismo fue prohibido completamente en su tierra en el 1614.

Su estatua sosteniendo la katana, el sable de los guerreros japoneses, puntada hacia abajo y con empuñadura en forma de cruz, representa la parábola de su vida: de daimio, gran señor feudal, potente en la batalla, a pobre y exiliado hasta la muerte.

Nacido en 1552, fue bautizado a los 12 años cuando su padre abrazó la fe cristiana, a través de la predicación del jesuita San Francisco Javier. Señores feudales, los Takayama llegaron a dominar la región de Takatsuki, y Justus se empeñó en difundir el cristianismo con la fundación de seminarios y la formación de misioneros y catequistas: en sus territorios, con una población de 30 mil personas, casi 25 mil abrazaron la fe.

Como emerge claramente en los textos y de los testimonios de la época, toda su vida fue un canto de amor y fidelidad al anuncio cristiano, no obstante su condición de daimio.

Takayama Ukon (o Don Justo Takayama, el nombre que asumió al ser bautizado) nació para ser el heredero y señor del castillo Sawa, en la provincia de Yamato. Su padre, el señor Tomoteru –un hombre de profundas inquietudes religiosas- habría llevado al castillo a un jesuita, Gaspare Di Lella, para debatir con él las virtudes del budismo y del cristianismo. Corría el año de 1564, y ya habían pasado quince años desde la primera vez que un barco portugués habría llegado a Japón, con algunos jesuitas pertenecientes a las misiones de San Francisco Javier.

Justo y su padre, bautizado con el nombre de Darío, lucharon sirviendo al señor Nobunaga, quien les permitió ser “Kirishitan Daimyo”, esto es, señor feudales cristianos, con derecho a practicar libremente su fe y propagarla si así lo deseaban. Muchos de sus compañeros samurai, lo mismo que sus súbditos, se convirtieron al catolicismo.

Sin embargo, el sucesor de Nobunaga, Totoyomi Hideyoshi, el gran unificador del Japón, prohibió el cristianismo y expulsó a los misioneros. Muchos “Kirishitan Daimyo” obedecieron la orden y apostataron, pero Takayama prefirió abandonar su título, posición y posesiones. El 8 de noviembre de 1614 sería exiliado en Filipinas, junto a otros 300 cristianos japoneses, donde sería recibido por los jesuitas españoles.