¿Te resulta difícil orar? ¿Te distraes? Santa Teresa de Jesús (1515-1582) sigue ofreciendo hoy el secreto y el método.
El secreto lo recoge en esta frase recogida en su Libro de la Vida: la oración consiste en tratar «a solas con quien sabemos nos ama» (Capítulo 8, 5).
El método para orar, que toda persona puede vivir, lo dejó con su vida y consejos, recogidos en sus obras.
La Orden de los Carmelitas ha contribuido a hacer accesible este método. Aleteia te ofrece una sencilla guía, inspirada en una síntesis realizada por el Carmelo joven.
I. Aclarando confusiones
Para aclarar qué es la oración, santa Teresa de Jesús escribía: «No os pido ahora que penséis en Él [al Señor], ni que saquéis muchos conceptos, ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro entendimiento; no os pido más de que le miréis» (Camino de Perfección, capítulo 26, 1).
Para la doctora de la Iglesia, orar es algo tan sencillo como vivir la amistad con Jesús y cultivarla en el silencio, en el encuentro personal, en la oración.
Como toda amistad, necesita condiciones para que pueda durar y se fortalezca. En particular, la persona debe cuidar sus relaciones:
Las relaciones con los demás: respeto, amor, solidaridad, perdón…
La relación con uno mismo.
La relación con Jesús.
Santa Teresa sabe muy bien que la vida de oración exige una «grande y muy determinada determinación» (Camino de Perfección, capítulo 21, 2). Requiere decisión y entusiasmo, pues no faltarán dificultades para alcanzar los frutos duraderos de la amistad con Jesús.
II. La preparación
La oración puede estar sometida a mil distracciones. Ante todo, es necesario, por tanto, crear condiciones favorables.
Busca un ambiente adecuado y silencio.
Prepara un texto del Evangelio, un canto, colócate ante una imagen de Jesús: te ayudará a centrar la atención en Él.
La postura ayuda mucho: asume una actitud relajada, que te ayude a centrarte, en ahondarte en el encuentro con el Amado.
Toma conciencia de tu respiración, de tu cuerpo, de tu interior para evitar la dispersión.
Centra, pues, tu atención en Jesús, en su presencia amorosa contigo.
III. Entrar en la oración
Pasa ahora a encontrar tu propio modo de orar, según tu modo de ser, tu sensibilidad y tu situación. Lo importante está en volver la mirada y el corazón a Jesús, contemplarle, penetrar en su misterio con ayuda de su Espíritu Santo.
Santa Teresa ofrecía estas sugerencias:
Representa a Jesús vivo en tu interior.
Contempla a Jesús adentrándote en uno de los pasajes del Evangelio.
Contempla una imagen de Jesús o repite una frase breve que exprese lo que quieres decirle.
Recita muy pausadamente el Padrenuestro, la oración que el mismo Jesús nos enseñó y saboréala.
Es bueno reflexionar un rato, profundizar, tratar de comprender… pero esto no debe ser el centro de la oración. La amistad es cosa del corazón… La oración es cosa del corazón.
Santa Teresa escribía: «Tu deseo sea de ver a Dios; tu temor, si le has de perder; tu dolor, que no le gozas, y tu gozo, de lo que te puede llevar allá, y vivirás con gran paz».
IV. Profundiza
El centro de tu oración es la persona de Jesús. La clave está en permanecer a su lado: déjate mirar por él, escúchale, acoge su luz para conocerle, penetra en su misterio desde tu propio corazón y déjate envolver por su presencia.
Santa Teresa aconsejaba: «Estate allí, acallado el entendimiento, mira que te mira, acompáñale y habla y pide y regálate con Él. Pídele que aciertes a contentarle siempre, porque de Él te ha venido todo bien».
Es tiempo de recibir el don de Dios, de dejarle a Él la iniciativa para que obre en tu interior, para que transforme tu corazón.
Para ello ha llegado la hora de responder a su amor: una palabra, un gesto, un sentimiento, una petición…
Sobre todo, es tiempo de dar gracias y reconocer: «Su amor hace obras grandes». Es tiempo de pedir conocer su voluntad. Pide a Dios que te cuente el sueño que acaricia para ti.
V. El camino
La oración no es un momento, es un camino. Te irá descubriendo poco a poco quién es Jesús, su misterio, su persona, el amor con que te acoge y te busca…
Al mismo tiempo, te ayudará a conocerte personalmente de otro modo: quién eres y cómo vives a la luz de Dios.
Orar no es más que mirar a Jesús y mirarte tal y como Dios te ve y te sueña. Solo hay verdadera oración en la verdad, como sucede con la amistad.
De este modo, se irá concretando poco a poco la llamada que te hace Jesús. Independientemente de tus circunstancias, te invita a vivir con Él y a ser como Él. Ser orante es vivir el seguimiento de Jesús con todas las consecuencias.
Santa Teresa decía: «Dios no ha de forzar nuestra voluntad; toma lo que le damos; mas no se da a sí del todo hasta que nos damos del todo.
VI. La transformación
Con frecuencia, la oración será tiempo de paz, de alegría interior, de luz… pero no siempre. Tu momento personal, tu situación, el cuestionamiento que encuentras en la oración…, hacen que los sentimientos que nacen en la oración sean siempre distintos.
No evalúes por esto tu oración. Lo importante es que se produzca el encuentro, que tu actitud sea de atención amorosa y escucha. Recoge las luces que hayas recibido, agradece la presencia del Señor y su amor, la sientas o no. La oración es cuestión de fe, de tiempo, de constancia… y de compromiso.
Mira hacia afuera, ¿acaso no empiezas a verlo todo de otra manera? Los demás, la vida de cada día, lo que sucede en el mundo…, tiene ya otros colores: colores de esperanza y de amor.
Santa Teresa, describiendo la potencia de la oración, decía: «Guíe su Majestad por donde quisiere. Ya no somos nuestros, sino suyos».
VII. La huella
La oración deja huella en nuestro interior, «deja dejos». No se trata de tener muy buenos deseos, ni de hacer «buenos propósitos». La oración, como la amistad, es sobre todo un don, un regalo que, acogido desde el corazón, va haciendo crecer algo nuevo, nos cambia. Y eso se nota por fuera, son esos «dejos confirmados con obras».
«El amor de Dios no ha de ser fabricado en nuestra imaginación, sino probado por obras», decía santa Teresa.
Lo fundamental es que esa obra de Jesús en ti, unida a tu respuesta, se va reflejando en otro modo de ser, con otros valores, otros criterios, otros sentimientos profundos. Él nos ama sin medida ni condiciones. Amarle no es cosa de palabras bonitas, «sino de servir con justicia y fortaleza y humildad».
Santa Teresa sintetizaba la huella de la oración en estas palabras: «La mejor manera de descubrir si tenemos el amor de Dios es ver si amamos a nuestro prójimo».