Leyenda:
El padre del niño Fernando, que así se llamaba quien más tarde sería San Antonio de Padua, llevó a su hijo a una de sus heredades a las afueras de Lisboa para que cuidara de ella y evitara que una bandada de gorriones comiera el grano recién sembrado.
El padre se ausentó y le dijo al niño que hiciera bien su trabajo y que por la tarde volvería a buscarlo. Fernando realiza su trabajo durante un buen rato, pero decide abandonar el encargo e ir a visitar a Jesús a la iglesia del pueblo cercano.
Antes de ausentarse, para cumplir con su encargo, encierra a los gorriones en una de las dependencias agrarias que tenía la finca.
Cuando por la tarde regresa su padre no encuentra a Fernando. Se dirige al pueblo y lo encuentra en oración en la iglesia. Le reprende por haber abandonado la misión encomendada, a lo que Fernando le contesta que no se preocupe que tiene a todos los gorriones encerrados.
Se trasladan a la finca y comprueba el padre que lo que su hijo le había dicho era cierto: abre la puerta de la dependencia agraria y allí ve a los gorriones que, a pesar de que la puerta está abierta, no osan salir.
Canción de los pajaritos
Padre mío san Antonio,suplicad al Dios inmenso
que con su gracia divina
alumbre mi entendimiento
para que mi lengua
refiera el milagro
que en el huerto obraste
de edad de ocho años.
Desde niño fue criado
con mucho temor de Dios,
de sus padres estimado
y del mundo admiración.
Fue caritativo
y perseguidor
de todo enemigo
con mucho rigor.
Su padre era un caballero
cristiano, honrado y prudente,
que mantenía su casa
con el sudor de su frente.
Y tenía un huerto
donde recogía
cosechas y frutos
que el tiempo traía.
Por la mañana, un domingo,
como siempre acostumbraba,
se marchó su padre a misa
cosa que nunca olvidaba.
Y le dice: «Antonio,
ven acá, hijo amado,
escucha que tengo
que darte un recado.
Mientras que yo estoy en misa,
gran cuidado has de tener,
mira que los pajaritos
todo lo echan a perder.
Entran en el huerto
pican el sembrado,
por eso te advierto
que tengas cuidado».
Cuando se ausentó su padre
y a la iglesia se marchó,
Antonio quedó cuidando
y a los pájaros llamó:
«Venid, pajaritos,
no entréis en sembrados,
que mi padre ha dicho
que tenga cuidado.
Para que mejor yo pueda
cumplir con mi obligación
voy a encerraros a todos
dentro de esta habitación».
Y los pajaritos
entrar les mandabas
y ellos muy humildes
en el cuarto entraban.
Por aquellas cercanías
ningún pájaro quedó,
porque todos acudieron
cuando Antonio les llamó.
Lleno de alegría,
san Antonio estaba,
y los pajaritos
alegres cantaban.
Cuando se acercó su padre,
luego les mandó callar;
llegó su padre a la puerta
y comenzó a preguntar:
«Ven acá, Antonito;
dime, hijito amado,
¿de los pajarillos
qué tal has cuidado?»
El niño le contestó:
«Padre, no tenga cuidado
que, para que no hagan mal,
todos los tengo encerrados».
El padre que vio
milagro tan grande
al señor obispo
trató de avisarle.
Acudió el señor obispo
con gran acompañamiento
quedando todos confusos
al ver tan grande portento.
Abrieron ventanas,
puertas a la par,
por ver si las aves
se quieren marchar.
Antonio les dice entonces:
«Señores, nadie se agravie,
los pájaros no se marchan
hasta que yo no lo mande».
Se puso en la puerta
y les dijo así:
«Ea, pajaritos,
ya podéis salir.
Salgan cigüeñas con orden,
águilas, grullas y garzas,
avutardas, gavilanes,
lechuzas, mochuelos y grajas.
Salgan las urracas,
tórtolas, perdices,
palomas, gorriones
y las codornices.
Salga el cucu y el milano,
zorzal, patos, y andarríos,
canarios y ruiseñores,
tordos, jilgueros y mirlos.
Salgan verderones
y las cardelinas,
también cojugadas
y las golondrinas».
Al instante que salieron
todos juntitos se ponen,
escuchando a san Antonio
para ver lo que dispone.
Antonio les dice:
«No entréis en sembrado,
marchad por los montes,
los riscos y prados».
Al tiempo de alzar el vuelo
cantan con dulce alegría,
despidiéndose de Antonio
y su ilustre compañía.
El señor obispo,
al ver tal milagro,
por diversas partes
mandó publicarlo.
Antonio bendito,
por tu intercesión
todos merezcamos
la eterna mansión.