San Mateo nos presenta la figura de san José. Es un hombre justo que está a punto de casarse. Podemos imaginar sus sueños para el futuro: sueños simples y buenos, sueños de la gente sencilla y buena. (cfr. Mt 1,18-24)

El Evangelio narra el encuentro entre Jesús y Zaqueo, jefe de los publicanos en la ciudad de Jericó (Lc 19,1-10). En el centro de esta narración se halla el verbo buscar.

Zaqueo «buscaba ver quién era Jesús» (v. 3), y Jesús, tras haberlo encontrado, afirma: «El Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (v.10). Detengámonos un momento en las dos miradas que se buscan: la mirada de Zaqueo que busca a Jesús, y la mirada de Jesús que busca a Zaqueo.

Jesús se pregunta en unos de los pasajes del Evangelio: «cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» (Lc 18,8). Pero, ¿y si vineira ahora, encontraría un poco de fe en nuestro mundo?

Jesús estaba en camino hacia Jerusalén y el Evangelio de hoy dice que junto con Él «iba un gran gentío» (Lc 14,25). Ir con Jesús significa seguirlo, es decir, ser sus discípulos.

Marta y María ofrecen hospitalidad a Jesús en su casa (cfr. Lc 10,38-42). Marta se ocupa inmediatamente de la acogida de los huéspedes, mientras que María se sienta a los pies de Jesús para escucharle.

Es una animada escena doméstica en la que el Señor nos ofrece una enseñanza que sorprende.

El Ángelus del pasado 5 de junio estuvo dedicado a comentar la solemnidad de Pentecostés: la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Jesús lo había prometido varias veces.: “El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,26).

Despidiéndose de sus discípulos durante la última cena, Jesús dice, casi a modo de testamento: “La paz os dejo”. Y enseguida añade: “La paz os doy” (Jn 14,27). Detengámonos en estas breves frases.