El otoño es una buena época para pensar. Para analizar los vientos que trajeron las tormentas que padecemos. Los errores que cometió nuestra inaudita prepotencia.

Si nos damos prisa, cuando las nubes hagan aparecer por el horizonte, el nuevo año, nuestros planes tendrán más consistencia que los que alumbramos en el pasado y nuestra aportación, aunque siga siendo pequeña, habrá crecido algo respecto a la del tiempo anterior. 

Una noticia llamó mi atención: en un valle del Líbano, un hombre, nacido en Colombia, se había convertido, por derecho, en el último anacoreta.

Beirut es una ciudad mártir. A pesar del esfuerzo reconstructor realizado por sus habitantes, aún se puede observar la huella de las innumerables balas disparadas en las fachadas de sus antiguos edificios. 

La brisa sopla del mar mientras el disco solar, teñido de sangre, se acuesta lentamente tras el cielo. Beirut fue destruida y recontruida mil veces desde la prehistoria. La última reconstrucción, aún no ha finalizado. 

A medida que el tiempo pasa, nuevos descubrimientos arqueológicos evidencian el paso de Jesús y sus discípulos por las calles y las plazas de la vieja ciudad de Jerusalén.

En el cristianismo, el templo está íntimamente unido al Cielo. Es el mismo Dios quien ordena, con todo lujo de detalles, a Noé, construir el primer Templo, para honrarle como se merece y custodiar el Arca de la Alianza.

La llegada de la primavera nos despierta del letargo invernal. La naturaleza parece responder al unísono a la llamada de la vida. Los días alargan, el sol regresa y de la tierra comienzan a brotar las flores. En los parques, aún dormidos bajo la espesa niebla, renace una bulliciosa actividad.