Durante la tarde del pasado 15 de abril las llamaradas brotaron de los tejados de la vieja catedral. La Historia de París, de Francia y de Europa, gemía acongojada por la tragedia. 

Leyendo unas noticias, me encontré, con sorpresa, las manifestaciones de unas señoras que se quejaban de ser mujeres y tener apellidos que sonaban a gitanos. En su opinión, esas circunstancias, les impedían acceder al mercado de trabajo. Una, afirmó: “Ni se consideran nuestras candidaturas. – En un momento en el que crece el empleo”; la afirmación me sorprendió. ¿Existían prejuicios en el siglo XXI?

A veces, me siento ajeno a mis propias reflexiones, como si fuera una sombra que atisba, sobre el hombro del silencioso escribiente, las notas que van surgiendo en su ordenador.

Las Bienaventuranzas son una reflexión rigurosa en la que prima la humildad, la aceptación de la Divina voluntad y se alaba a quienes se compadecen de los que sufren. Son un catálogo de valores que debería ser reivindicado por nosotros.

La Tierra de Canaán se extiende por el sur del Líbano y el norte de Israel. Durante su vida terrenal, Jesús demostró gran cariño hacia sus ciudadanos, muchos de ellos dedicados al comercio, como sus vecinos del norte, los fenicios. Su idioma era el arameo, una antigua lengua que también hablaba Jesús.

En ocasiones, muy sutilmente, alegamos razones para retrasar labores pendientes. Entre todos, vamos dejando de construir el edificio de las ideas. El declive de Europa, comenzado con el sangriento siglo XX, fue tarea común achacable a todos sus ciudadanos. Nos quejamos de que nuestros valores tradicionales han ido decayendo hasta convertir nuestro entorno en un árido desierto.

El nihilismo se puede considerar la negación por excelencia. Idea surgida entre los filósofos presocráticos griegos, regresó a la moda a finales del siglo XIX y principios del XX de la mano de los filósofos alemanes. Hoy parece volver a ponerse de actualidad por el impulso de algunos pensadores materialistas.