En el anterior número me referí a la profunda relación que existe, en mi opinión, entre la institución familiar y la comunicación. Estoy convencido de que no se entiende a una sin la otra. De ahí que ciencias como el Periodismo o la Publicidad, a veces tan subestimadas o ignoradas, merezcan toda nuestra atención, pues atienden a una dimensión esencial del ser humano.

Algunas conversaciones recientes, en la universidad donde imparto clases, me han llevado a reflexionar bastante acerca de la institución familiar. Los sucesos de las familias de varios alumnos han sido el acicate idóneo para intentar pensar con cierta profundidad sobre esta realidad. También me han hecho leer diversos libros al respecto.

A raíz de los muchos abortos que se producen anualmente en el País Vasco –se calcula que unos 4000, el Obispo de San Sebastián publicó el año pasado una carta pastoral en la que dilucidaba sobre este crimen. En ella, trataba de contestar a preguntas frecuentes, suprimiendo de paso algunos clichés en torno al tema.

Un chiste: “¡Me han echado del trabajo!¡Pues qué raro, porque tú dabas siempre el cien por cien! -Sí, el diez por ciento el lunes, el veinticinco el martes, el treinta el miércoles y el jueves y el cinco por ciento el viernes!”

Hace pocas semanas los periódicos anunciaron que el Parlamento británico había “dado luz verde a los bebés provenientes de tres progenitores”. Se abrió entonces un debate muy mediático e interesante sobre la moralidad de tal avance científico. En mi opinión, la respuesta bioética a tan controvertida propuesta está en los fundamentos del matrimonio. Cuando éste no se entiende, todo lo que se deriva de él se confunde y contamina.

Escribí el mes pasado sobre el valor de la fidelidad en algo tan profundo como el matrimonio. Dos lectores me escribieron poco después poniendo en tela de juicio lo que había afirmado, explicándome, en pocas palabras, que “no todo matrimonio puede perdurar en el tiempo” y que “hay veces en que marido y mujer no están llamados a seguir juntos”.

Algunas experiencias en Latinoamérica, como las que pueden ocurrir en cualquier otra parte del mundo, resultan muy aleccionadoras. Hace poco almorzaba con un amigo español en un restaurante convencional de Quito (Ecuador), cuando en un momento dado se sentó a la mesa contigua una pareja de jóvenes con su hijo pequeño. Éste no tendría más de 2 años. Por su aspecto, los tres parecían indígenas. Al cabo de un rato, el padre sentó al niño en sus rodillas y, mientras lo balanceaba de arriba abajo, acariciaba y besaba con delicadeza a su esposa, o novia, o lo que fuera aquella chica para él.