Matrimonio y vida matrimonial no son lo mismo. Guardan una estrechísima relación entre sí, por supuesto, pero aluden a dos realidades distintas. Quizá sirva la imagen del río y el agua: no hay río sin agua, mas no agua sin río. ¿Por qué? Porque ésta justifica la existencia de aquél. Pues bien, no puede existir vida matrimonial sin matrimonio, dado que el segundo es la razón de ser de la primera.
La famosa máxima “el obrar sigue al ser” cobra en el matrimonio un sentido mayúsculo: la vida conyugal es la consecuencia, la encarnación, del ser conyugal. Los dos se reclaman mutuamente, pero el ser matrimonial constituye el fundamento primero e inexorable de todo lo que sucede al despliegue matrimonial. En otras palabras, la vida matrimonial es el modo en el que ese compromiso ontológico se concreta en el día a día: es la suma de hechos y acciones que suceden a la realidad primera del matrimonio.
El vínculo matrimonial
Si el matrimonio entre hombre y mujer se produce de modo rato y consumado, cabe afirmar con total seguridad que dicha unión es indisoluble. No importa si más adelante llega la separación conyugal; el hecho es que entre ambos cónyuges existe un compromiso - un vínculo - que perdura hasta que la muerte los separa. Si el ser de cada uno se ha unido al otro irrevocablemente, conformando “una sola carne”, no hay poder humano capaz de alterar o romper esa alianza. Lo que ocurre es que, después, dicha unidad conyugal puede desplegarse en el obrar con más o menos plenitud.
Hasta aquí, creo, la teoría queda clara. Pues bien, si esto es así, ¿cómo explicar la confusión generalizada que existe en torno a estos dos conceptos? Las causas seguramente sean muchas. Una de ellas puede ser la reciente expansión del nihilismo y del existencialismo. Son corrientes filosóficas que han ido haciendo mella con el paso del tiempo y que, en última instancia, han llevado a vivir como si lo ontológico no importara o fuera algo despreciable. Del nihilismo se puede concluir que lo que importa es el día a día, ya que no cabe hablar de verdad ni de mentira, mientras que el existencialismo le quita valor a la esencia (lo que aquí vendría a ser el ser del matrimonio) y se lo da a la existencia (el equivalente al obrar del matrimonio). Juntos, nihilismo y existencialismo, han facilitado el renacimiento del hedonismo más conformista de los últimos siglos, al menos en Occidente.
Falsa libertad o permisividad
Por otra parte, el afán de falsa libertad ha llevado a pensar que el compromiso y la responsabilidad, sobre todo en materia de afectividad, son cosas del pasado. La persona libre hace lo que le place, cuando y como quiere… O sea, lo que le pide el corazón, o lo que sea (llámese impulso, atracción, bienestar) que guíe su existencia. Y es justamente en ese marco de permisividad donde se encuadra la noticia sobre los niños nacidos de tres progenitores: por más que la finalidad pudiera ser positiva y encomiable (salvar vidas y prevenir enfermedades neurodegenerativas), el medio (manipular óvulos y espermatozoides al margen del acto conyugal o matrimonial) no la justifica.