Partiendo del monasterio de Cluny, la reforma de los monasterios llegó a todas las naciones cristianas y a las altas esferas eclesiásticas.

Berno fue el primer abad de Cluny, fundado en 910. Su sucesor Odón (926-924) le dio el impulso de conquista y reforma universal. Introducida la observancia benedictina, empezaron a adherírsele otros monasterios. Los abades Mayolo (948-994), San Odilón (994-1049), San Hugón (1049-1109) la llevaron a todas partes. San Hugón llegó a unir unos dos mil monasterios en la reforma.

Hasta bien entrado el XI el Pontificado continuó zarandeado e inmerso en la postración: Papas sometidos a los caprichos de poder temporal, liviandades, renuncias forzadas, golpes de mano... hasta el resurgimiento final

Durante el siglo X y principios del XI llegó el Pontificado a un estado tal de postración, que ha sido designado como el siglo de hierro de la Iglesia.

En el Norte de España se formaron diversos núcleos de resistencia contra los musulmanes: Asturias, Castilla, Navarra, Aragón y Cataluña.

El foco de resistencia en Cataluña lo inició el emperador Ludovico Pío, por lo cual dependió algún tiempo del Imperio. Se llamaba Marca Hispánica. Venciendo gravísimas dificultades, en todos ellos se fue reorganizando la vida eclesiástica, en particular la jerarquía, avanzando en la Reconquista.

A partir del año 711 deben distinguirse dos partes: la Iglesia dentro del territorio dominado por los árabes y la Iglesia libre. Sus condiciones de vida fueron muy distintas.

Tensiones entre la Iglesia de Oriente y Occidente

La oposición creciente a la Iglesia occidental se fue exacerbando de tal manera, que al fin se llegó al cisma

Poco después del Concilio quinisexto, convocado por el emperador Justiniano II el año 692, en Constantinopla, estalló la persecución contra las imágenes, llamada iconoclasta. La brecha entre la Iglesia de Oriente y Occidente se iba abriendo cada vez más.