Que en el siglo XI se produjo un renacimiento o resurgimiento tanto en lo espiritual como en lo social, cultural y artístico es evidente. Ese periodo, que abarca dos siglos y medio, señala el triunfo más rotundo de la Iglesia. La vida moral y religiosa se renueva en los países de Europa, y con ella se transforma profundamente el ambiente social. El sentimiento de la fraternidad cristiana empieza a modificar el derecho y a cristianizar el régimen político de los pueblos; la justicia se impone sobre la fuerza bruta y el orden social triunfa gracias a la fe y a la caridad. El pontificado romano alcanza la cumbre de su florecimiento y de su poder no sólo en lo espiritual, sino en lo temporal, ejerciendo una especie de tutela paterna sobre los monarcas y los reinos cristianos, los cuales se organizan en una gran unidad moral bajo la autoridad del Vicario de Cristo.
Surgen la universidades
Cuando el papa lo ordena, soldados de todas las naciones se alistan en las Cruzadas contra el gran enemigo de la cristiandad, el Imperio Otomano. A la sombra de la Iglesia, y por creación pontificia, surgen las instituciones de enseñanza que llamamos universidades, y se va fraguando la maravillosa cultura que tiene sus más espléndidas manifestaciones en la teología y filosofía escolásticas, basta recordar la Suma de Santo Tomás: en el Derecho, ahí están las Partidas de Alfonso el Sabio y la Colección de las Decretales; en el arte, lo testifica el gótico de las catedrales; en la poesía, que puede brindarnos poemas como la Chason de Roland, el Cantar de Mío Cid, el Parzival y la Divina Comedia, y, finalmente, encasi todas las manifestaciones del espíritu humano.
Resucita la industria y el comercio
Resucitan contemporáneamente la industria y el comercio, y se va formando la burguesía o clase media, que la Iglesia tratará de organizar cristianamente con un régimen de trabajo que producirá excelentes frutos: el de los gremios. Entran en la órbita de la cristiandad pueblos nuevos, como los wendos, los de Pomerania, Prusia y los rusos del Báltico; misioneros católicos penetran entre los mogoles y en la misma China, y no faltan tentativas de misionar el norte de África. En cambio, arraiga cada vez más el cisma de Oriente, a pesar de los esporádicos intentos de unión. El Imperio, lejos de responder a su primera finalidad de proteger al papa y a la Iglesia, entra frecuentemente en luchas con el Pontificado, turbando tristemente los mejores periodos de la Historia.
Fuera del círculo imperial empiezan a constituirse, de un modo absolutista y enrivalidad
con el Imperio, otras nacionalidades poderosas, que cambiarán la faz político eclesiástica de Europa. Mirando más de cerca esta segunda parte de la Edad Media, veremos que el siglo XI es el siglo de las Investiduras y el de la Reforma eclesiástica; el XII, es el de las Cruzadas (1095ss) y de los orígenes de la Escolástica, con el fuerte contrapeso de la Mística; siglos de lucha, en pos de los cuales viene la magnífica síntesis del siglo XIII, en que todas las corrientes, aún las más opuestas, se armonizan, para que triunfe la Iglesia y campee la civilización cristiana.
Tan dichosa época de fe, concordia y prosperidad se cierra o, por mejor decir, se disuelve –lentamente, como todas las épocas históricas, y por el desenvolvimiento natural de elementos disolventes que germinaban en su interior– a comienzos del siglo XIV. La triste muerte de Bonifacio VIII (1303) es verdaderamente simbólica.
Compendio de Historia de la Iglesia Católica
Bernardino Llorca, S.J.