Es una sensación extraña, como si buscara evadirme de cuanto me rodea y esconderme en mi introspección. Esa emoción de vagar sobre la vulgar realidad que nos rodea puede que sea síntoma de mi derrota, del desistimiento de un mundo que se me ha vuelto árido y desconocido.
Cada día, los humanos realizamos múltiples elecciones sobre cosas que deseamos comprar, hacer o pensar. Gracias al libre albedrío podemos afirmar que somos dueños de nuestras acciones y responsables de las decisiones que tomamos. Podemos adoptar una decisión o la contraria, está en nuestra mano obrar o abstenernos de obrar. Tenemos libertad metafísica. No estamos sujetos a ningún tipo de determinismo. Equivocarnos forma parte de nuestra peculiaridad como seres humanos
Nunca he sido partidario de la condescendencia. Me parece un sentimiento deleznable, propio de los que se creen superiores a quienes les rodean. Tampoco me creo en posesión de la verdad. A lo largo de mi vida he cometido demasiados errores para creerme en posesión de nada. Dicho lo anterior y valorando la época que nos ha tocado vivir, pienso que debemos realizar un esfuerzo por salir de la mediocridad que nos rodea y recuperar valores que no tengan valor monetario. Comportamientos altruistas. Valores que nos hagan recuperar el placer de sentirnos vivos y felices de formar parte de nuestras comunidades. Nada hay más bello que contemplar el orto del sol por la mañana mientras sentimos el despertar de la naturaleza a nuestro alrededor. El paisaje nos empequeñece, pero ese sentimiento no es un agravio, es la constatación de nuestra verdadera posición en el entorno.
Nos ha tocado atravesar situaciones de gran volatilidad en las que los cambios se producen más rápidamente de lo que somos capaces de asumir. La tecnología nos desborda. En ocasiones no somos capaces de comprender los beneficios que algunos inventos nos puedan reportar en un futuro inmediato. Nunca podremos recuperar el equilibrio producido por el silencio, el placer de detener el tiempo ante la ecuánime belleza de un cuadro o el sonido pacificador de una tenue música.
Absorbemos las expresiones con las que se comunican las nuevas generaciones. La pasada semana realicé un ejercicio de curiosidad, me fui a ver las nuevas palabras aprobadas por la RAE. La que más llamó mi atención fue sororidad, No la había oído jamás, lo que, confieso humildemente. A su lado, se hallaban: escrache, selfi, “viralidad” y memes que se me hacían más familiares.
Para quien lo ignore, sororidad es un término de género. Recibe este nombre la fraternidad que se produce entre personas del género femenino.
Es posible que quienes ya tenemos una edad necesitemos mirar a la vida de otra manera, modernizarnos, sentir nuevos aires en nuestro rostro. Esforzarnos con humildad aprendiendo las recientes normas de convivencia. Ilustrarse es mirar a nuestro alrededor con los ojos de un niño curioso. Descubrir lo que nos perdimos, recuperar el tiempo gastado en inútiles banderías.
Aunque, en ocasiones lo parezca, no soy pesimista y cada día me esfuerzo por intentar ver el lado bueno de cuanto me sucede. Vivimos en un mundo en el que los sentimientos se han convertido en nuestro modo de ser, sustituyendo a nuestra razón. Ya no somos guiados por nuestros pensamientos, sino por la pasión que mueve nuestros sentimientos. No hay tiempo para pensar, sólo para sentir. Las ideas primitivas tienden a convertirse en eslóganes.
Creo en la paz creativa, en la fraternidad, en el amor. Detesto la violencia, aunque sólo sea oral, la pelea permanente en la que se enarbolan armas como la injuria, la demagogia, la falsedad y la mentira. Cada día que pasa aumenta mi devoción al amor, la libertad y, la ilusión que transmiten las palabras de Jesucristo.
Este año la primavera se nos convertirá en tiempo de ejercer el derecho cívico de elegir a nuestros representantes. Tiempo de elecciones. Y no, no voy a indicar cual es la opción que me parece más beneficiosa para el futuro de España. Ni siquiera quien creo defiende mejor la justicia y la libertad. Creo que cada uno tiene la misma capacidad que yo para elegir lo que considere más adecuado y pienso que todos acertarán porque se habrán dejado guiar por sus reflexiones. Votar es un deber y un derecho que ejercemos como ciudadanos.
Desde siempre me ha molestado que me digan lo que tengo que pensar y aquello que debo evitar me pase por la cabeza. Es como si alguien hubiera decidido tratarnos como si fuéramos niños en período preescolar.
Somos seres humanos y, por lo tanto, sociales. Se nos ha dado capacidad para pensar y un Código ético para elegir lo que más nos conviene en cada momento. Debemos asumir nuestra capacidad para equivocarnos. Los Programas de Gobierno deberían ser contratos Sociales que los políticos se vieran obligados a cumplir. En caso contrario, los políticos concernidos, debieran arrostrar su deshonor.