Se retiró a un pequeño convento eremitorio de Piglio, junto al monte Scalambra, en las laderas de los Apeninos. Su vida transcurría en la contemplación y en la austeridad, entre la oración, el estudio y el trabajo manual. El demonio lo asaltaba con tentaciones, pero Andrés lo rechazaba con la señal de la cruz.
Los honores que rehuyó lo persiguieron hasta en su inhóspito eremitorio donde llegaba la gente movidos por su fama de santo y de sabio teólogo. Escribió un tratado sobre la Santísima Virgen María. Alejandro IV en persona fue a buscarlo para ofrecerle el cardenalato, pero Andrés le devolvió el capelo cardenalicio diciéndole que el único privilegio que quería era que lo dejaran en su gruta orando, meditando y estudiando. Posteriormente rechazó igual gesto de su sobrino Bonifacio VIII, el cual alimentaba la esperanza de sobrevivir a su tío para elevarlo al honor de los altares, tampoco lo logró, ya que su tío y sobrino fallecieron con pocos meses de distancia.
Murió el 1 de Febrero de 1302 y beatificado el 15 de Febrero de 1724 por el Papa Inocente XIII.