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Razón de la segunda carta de san Pablo a los tesalonicenses

En la primera carta que San Pablo envía a los tesalonicenses intenta aclarar una de las inquietudes de aquellos primeros cristianos: no deben estar tristes, pues también los familiares fallecidos antes de la Parusía (segunda venida de Cristo, al final de los tiempos), junto con los que se hallen en vida, se unirán a Cristo para “estar siempre con El”.

Gracias a la conexión comercial entre Tesalónica y Corinto, que permitía que las noticias circularan rápidamente, Pablo debió de enterarse pronto del impacto de esta primera carta. De esta manera percibió que en el pueblo se estaban dando ciertos malentendidos sobre la Parusía, pues creían que sería inminente. De hecho, esta convicción parece haberse intensificado, en parte debido a la interpretación de ciertos pasajes de la primera carta que recogen afirmaciones generales de que el Señor volverá de improviso, como el ladrón en la noche, debiendo estar siempre preparados. Además, aparecieron individuos exaltados que propagaban rumores alarmantes basándose en supuestas revelaciones y cartas atribuidas a Pablo (2Ts 2,2; 3,17).

Este error doctrinal tuvo consecuencias prácticas. Si bien en la primera carta Pablo, sin hacer mucho énfasis, mencionaba a algunas personas que se mostraban ociosas (1Ts 4,11; 5,14), en la segunda epístola el problema parece haberse agravado: “Porque oímos que algunos de entre vosotros andan desordenadamente, no trabajando en nada, sino entremetiéndose en lo ajeno” (2Tes 3,11). Ahora hay un número considerable de creyentes que han abandonado el trabajo, convencidos de que la llegada de Cristo es inminente (2Ts 3,6-15). Ante este doble error, teórico y práctico, Pablo ve la urgencia de intervenir rápidamente, y con el primer mensajero disponible envía esta carta con la intención de corregir la situación. En ella insiste en que antes de la Parusía deberán ocurrir ciertos acontecimientos señalados, como la manifestación del “inicuo”, es decir, un personaje que actúa bajo la influencia de Satanás y se opone a Dios, engañando a muchos con falsas señales y prodigios (2Ts 2,1-12).

Pablo también exhorta a los creyentes a recordar sus orígenes y a mantenerse fieles a la tradición apostólica transmitida desde el inicio. Es importante no dejarse seducir por doctrinas nuevas que se apartan de lo que fue enseñado “cuando estaba con vosotros”. La fidelidad a la enseñanza original es clave para la comunidad cristiana. No solo se trata de mantener la doctrina, sino también de vivir de acuerdo con ella. Pablo menciona

ejemplos concretos de comportamiento (2Ts 3,7) y advierte que alejarse de estas prácticas es motivo de reprobación (2Ts 3,6).

No se tienen datos precisos sobre el tiempo exacto en el que el Apóstol redactó esta carta. Sin embargo, el hecho de que con él se hallen Silas y Timoteo (2Ts 1,1), como en la primera carta, sugiere que ambas fueron escritas con poca diferencia temporal. Además, la situación de la iglesia en Tesalónica no parece haber cambiado demasiado, y el estilo de Pablo sigue siendo similar, con expresiones y fórmulas literarias que en muchos casos son idénticas. Todo esto ha llevado a la mayoría de los estudiosos a situar la redacción de esta segunda carta en Corinto, probablemente a inicios del año 52 d.C., poco después de la primera.

En cuanto a la estructura, la Segunda Carta a los Tesalonicenses sigue el esquema típico de las cartas paulinas, con un saludo inicial, una acción de gracias, la exposición doctrinal, exhortaciones prácticas y una despedida con bendición. Sin embargo, se distingue por su tono más urgente y correctivo en comparación con la primera carta. Mientras que en otras cartas Pablo desarrolla extensamente temas doctrinales y teológicos antes de pasar a la parte exhortativa, aquí la corrección del error sobre la inminencia de la Parusía ocupa un lugar central desde el inicio.