La exhortación apostólica Christus Vivit, nos recuerda que la Iglesia necesita la energía, el entusiasmo y la creatividad de los jóvenes: “Ustedes son el ahora de Dios” (n. 178). Este llamado subraya que no se trata sólo de prepararse para un futuro mejor, sino de actuar con valentía y fe en el presente. La Iglesia no es una institución envejecida; es una familia que necesita renovarse continuamente con la alegría y vitalidad de sus miembros más jóvenes.
Hoy, más que nunca, los jóvenes enfrentan desafíos únicos: la sobreexposición a las redes sociales, la presión por encajar en un mundo secularizado y la búsqueda constante de identidad y propósito. Sin embargo, estas mismas realidades ofrecen oportunidades sin precedentes para evangelizar. Cada perfil de Instagram, cada video en TikTok o cada conversación en WhatsApp puede convertirse en una herramienta para compartir el mensaje del Evangelio.
La clave está en no temer ser diferente. Como Jesús dijo en el Sermón de la Montaña: “Ustedes son la luz del mundo” (Mateo 5,14). Ser esa luz implica vivir con coherencia, defender los valores del Evangelio y no avergonzarse de proclamar la fe, incluso cuando
esto va contra la corriente.
La Iglesia también ofrece espacios donde los jóvenes pueden crecer y discernir su papel en la sociedad. Los grupos juveniles, las experiencias de voluntariado y las misiones evangelizadoras son formas concretas de vivir el Evangelio en comunidad. En estos espacios, los jóvenes descubren que no están solos en su camino de fe. Encuentran amigos que comparten sus valores y mentores que los inspiran a vivir con autenticidad. De ahí que el Papa Benedicto XVI, en su encíclica Deus Caritas Est, recuerde que “la fe crece cuando se comparte” (Deus Caritas Est, n. 18). Esto es especialmente cierto para los jóvenes, quienes encuentran su voz y fortaleza al unirse a otro sen la misión de construir el Reino de Dios.
El discernimiento vocacional no es algo exclusivo de aquellos que consideran una vida religiosa. Cada joven está llamado a preguntarse: “¿Qué quiere Dios de mí?”. En esta búsqueda, los talentos, sueños y anhelos se convierten en pistas de la misión que el Señor tiene preparada para cada uno. Algunos serán llamados al matrimonio, otros al sacerdocio o la vida consagrada, y otros a servir desde sus profesiones. Lo importante es recordar las palabras de San Juan Pablo II: “¡No tengan miedo!” (Homilía inaugural del
pontificado, 22 de octubre de 1978). Seguir a Cristo puede requerir valentía, pero también trae una alegría incomparable. La Iglesia necesita a los jóvenes. Necesita su voz para denunciar injusticias, su fuerza para ayudar a los más vulnerables y su creatividad para encontrar nuevas formas de acercar a otros a Dios. Como jóvenes católicos, su papel no es opcional, sino esencial para renovar la faz de la Iglesia. Hoy, más que nunca, la Iglesia confía en los jóvenes para ser los santos del presente, los constructores de un mundo más humano y los mensajeros de esperanza en un tiempo que tanto lo necesita.