Usted está aquí

Asís, el niño que soñaba con princesas (Cuento)

Poco a poco, la marea se va aproximando a la playa. El agua, con su perenne trasiego, comienza a dibujar figuras en la arena. Llegan las olas. Coronadas de espuma, como si formaran parte del embate de un misterioso y desconocido ejército, se estrellan, una y otra vez, contra el castillo que forman las rocas. El sol, naciendo sobre el horizonte, dibuja, entre el burbujeo de las olas rotas, fantásticos personajes. Dragones, caballos coronados por crestas multicolores, guerreros amenazantes, hermosos caballeros cubiertos de azules capas, elegantes damas de dorados cabellos, pájaros desconocidos de plumas deslumbrantes… El crío, embelesado, observa como los protagonistas se enzarzan en piruetas extraordinarias que acaban, inexcusablemente, con la derrota de las fuerzas del mal a manos de los héroes. Los defensores del castillo han vuelto a vencer, los perversos se retiran, el mar se lleva sus odios convertidos en penas ante lo inútil de sus esfuerzos. Los cadáveres de los derrotados han acabado su intento fundidos en un túmulo dorado.  Día tras día, Asís repite su peregrinaje y la historia se repite en su cerebro.

-   No merece la pena crecer. La realidad es triste y gris. El mundo de los sueños es alegre, diferente, lleno de intensos colores. Reflexiona.

Preocupación

Sus padres, preocupados ante su existencia ausente, observan que el chaval ha dejado de crecer. Carece de amigos, abandona el colegio, no muestra ilusión por nada de lo que le rodea. Al principio, creen que su comportamiento se debe a la genialidad de su cerebro, luego, les alarma el fracaso que manifiesta en su vida escolar. Cada vez habla menos y cuando decide hacerlo, siempre se le escucha la misma frase:

- La vida es triste y vulgar. Lo único bello es el mundo de los sueños.

Cada vez más asustados, los padres consultan a los profesores, los sacerdotes y los médicos. Nadie acierta a diagnosticar su enfermedad. Si le castigan, se escapa, si intentan convencerle, mientras le hablan, permanece en silencio, contemplando un ignoto punto del horizonte. Las respuestas de los médicos se repiten con pesada monotonía:

- No tiene nada anormal. Es un alejamiento voluntario de la realidad.

Los días suceden a los días, las estaciones a las estaciones. El chico sigue, cada más ensimismado, recluido en su imaginario universo. La desesperanza se enquista en sus padres, quienes, finalmente, deciden dejarle por imposible. Abandonan sus trabajos para dedicar más tiempo a su cuidado. La pobreza y la enfermedad penetran en su hogar.

Una compañía inesperada

Un día tormentoso en el que los personajes de Asís se encuentran librando una desesperada batalla a la que él asiste impávido, ajeno a la lluvia y al viento, que amenazan su refugio, nota, tras él, la presencia de una niña.

- ¿No tienes miedo? - pregunta, tímida, la niña.

- No, lo que vemos no existe. Vivimos en una permanente ficción. - responde, el muchacho, convencido.

- Entonces, reitera, ella, ¿la lluvia no nos moja?

- No es la lluvia, son las lágrimas de los vencidos - aclara, él, con displicencia.

- Pues yo estoy hundida - afirma ella, con contundencia.

- Tal vez llueva, pero es un elemento más de la batalla. Intenta él, aparentar contundencia.

- No Asís, te engañas. En nuestro mundo no existen princesas ni dragones, sólo gente corriente. Gente que tiene que madrugar todos los días para ir a trabajar. Personas que a veces aciertan,  a veces se equivocan. Hombres y mujeres que un día son buenos y otro, malos, que odian y aman, que sufren y son felices. Gente normal. Eres un niño que se niega a crecer, a asumir la posibilidad de equivocarse o de fracasar. Sobre las olas no cabalgan princesas, sólo agua.

Sigue lloviendo, el cielo se ha oscurecido. Asís siente que su castillo se desmorona, las rocas están cubiertas de verdín y sus esquinas son cortantes, la marea se retira de la playa donde no hay túmulos, sólo arena mojada, oscurecida por la tormenta. Nota el agua penetrando en sus huesos. Por primera vez siente el dolor de la soledad. Extiende su mano, la chica la toma y juntos regresan al paseo que rodea la playa. Ella tiene los mismos ojos azules de las princesas pero su mirada es tierna, real.

Nunca regresó a su castillo de la playa. Retornó al colegio y sus padres recobraron la felicidad de tener un hijo normal. No volvió a ver a la niña. Muchos años después, sentado en la playa, mientras contemplaba a su hijo jugando en la arena, intentó recordarla, no logró recuperar su rostro, tal vez aquella niña había sido el último de sus sueños.