Probablemente el teólogo protestante alemán Hermann Gunkel no sabía los cambios que se producirían a la hora de leer la Biblia desde que abrió los ojos al mundo al formular la expresión “Sitz im Leben”, que puede traducirse aproximadamente como “posición en la vida”. Lo que venía a decir esta locución es que todo texto surge en medio de un contexto determinado. Si de verdad queremos conocer lo que dice un autor, debemos remitirnos al contexto en el que escribe. A modo de ejemplo: en la antigua Roma los padres tenían potestad para vender a sus hijos como esclavos. Si la persona que había comprado al “esclavo” ya no lo necesitaba, regresaba a la casa de su padre. Así podía ocurrir hasta en 3 ocasiones (solo 3 si no, ¡se le consideraba un mal padre!). ¿Parece insólito, verdad? Si hoy tuviéramos noticia de una práctica semejante lo pondríamos inmediatamente en conocimiento de la policía y los servicios sociales le retirarían al progenitor la patria potestad sin necesidad de esperar si quiera a un segundo intento. Lo mismo sucede con las historias bíblicas, han de ser leídas en el contexto en el que surgen, de lo contrario, estaremos juzgando el texto desde nuestra cultura actual.
Para lograr este objetivo, a partir de los años sesenta se comenzó a proponer el uso de diferentes disciplinas que con sus aportaciones nos ayudarían a interpretar mejor la Biblia. En este sentido tenemos que comenzar haciendo alusión a la arqueología bíblica, donde se produjo un importante cambio. Los primeros arqueólogos que aterrizaron en el Próximo Oriente, tenían una misión apologética, es decir, al tomar como ciertos todos los datos que aparecen en las páginas bíblicas, buscaban confirmarlos históricamente por medio de sus hallazgos. Sin embargo, ahora ya no ocurre así. Hoy se sigue el camino inverso y se va desde la arqueología hacia la Biblia para saber qué datos de la Sagrada Escritura han de ser juzgados como históricos y cuáles han de ser considerados como teológicos,
Junto a esta disciplina debemos aludir también a la sociología, que nos ayuda a situar el texto en su contexto geográfico y social, en lo que a relaciones y comportamientos humanos se refiere. El conocimiento socio-histórico en el que se desarrollan los hechos narrados en la Biblia, nos permite entender mejor lo que se dice, cómo se dice y por qué se dice.
Por su parte, la antropología nos ayuda a tener presentes en nuestra interpretación del texto sagrado las características que influyen en las acciones y reacciones de sus protagonistas. Acercarnos a la educación, la música, el arte, las costumbres, las fiestas,
etc. resulta imprescindible ya que configuran el perfil y la identidad de las personas y de los pueblos.
En la interpretación bíblica actual también contamos con ciencias relacionadas con la mente, las ideas o los conceptos. Está demostrado que los escritos de una persona ayudan a conocer mejor su personalidad, su interior, su perfil. Por este motivo hoy también se analiza la Biblia desde el punto de vista psicológico, pues esto nos permite descubrir las motivaciones y peculiaridades de sus personajes y autores.
En el tiempo presente resulta imposible estudiar el texto bíblico sin tener en cuenta estas disciplinas sociales y humanas. Es más, no hacerlo sería un grave error que nos avocaría a una lectura fundamentalista de la Palabra de Dios.