La costumbre tomó fuerza a raíz del Congreso Eucarístico celebrado en Lourdes, en agosto de 1914 en Lourdes puesto que en él se aprobó la entronización del Sagrado Corazón de Jesús en las familias, como medio para establecer su realeza en la sociedad. El Congreso invitaba a todas las familias católicas, así como a todas las instituciones privadas y públicas, a colocar con este espíritu la imagen del Divino Corazón en la habitación principal de sus hogares, o en las puertas de las casas.
Por detrás de esta iniciativa estaba la incansable labor del sacerdote peruano, hijo de un caballero inglés y madre arequipeña, Mateo Crawley-Boevey. Había estudiado con los religiosos de los Sagrados Corazones, en cuyo instituto ingresó en 1891 y se ordenó sacerdote en 1898.
El Papa Benedicto XV, tras recibirle en audiencia el 6 de abril de 1915, le mandó una carta en respuesta a su proyecto de apostolado que es, en cierto modo, la Carta Magna de la entronización del Corazón de Jesús en los hogares.
El pontífice no escatima ánimos para el P. Mateo en su carta: “¡Continúe con sus esfuerzos y su apostolado para que se despierte en las familias católicas la llama del amor
al Sagrado Corazón de Jesús!” Más adelante, con motivo de sus bodas de plata sacerdotales, recibió del Papa Pío XI otra carta escrita de su puño y letra como muestra de su estima, en la que se leían las siguientes frases: “Hoy, cuando todas las cosas se encuentran en estado de agitación, veo a la familia como el medio más adecuado para santificar a la familia y, a través de ella, a toda la sociedad humana. Hoy, cuando todas las cosas están revueltas, es más necesario que nunca que, a través de las familias consagradas al Corazón de Jesús, Jesucristo, el Rey de la Paz, reine sobre la sociedad humana, pues sólo Él es el Camino, la Verdad y la Vida, incluso para nuestro tiempo”.