En la obra anónima “El Peregrino Ruso” escrito entre 1853 y 1861, hay un breve pasaje que me ha llamado la atención de forma especial y que traigo aquí como introducción: «Por la gracia de Dios soy hombre y cristiano; por mis hechos, un gran pecador; por mi condición, un peregrino sin techo, muy pobre, que va errando de lugar en lugar, mis bienes, un hatillo al hombro con un poco de pan seco y una sagrada Biblia que llevo bajo la camisa. No tengo nada más». Probablemente esta puede ser la imagen de cualquier hombre o mujer de nuestro tiempo, que anda a la procura de una respuesta sobre sí mismo.
La búsqueda y la salida a los caminos y avatares de la vida, de tantas existencias atormentadas, nos lleva a la pregunta radical acerca de lo que aporta el cristianismo en el concierto de las diversas antropologías que se debaten en la actualidad por el dominio de las conciencias. ¿Acaso ligeros de equipaje, y con la Palabra de Dios en la mano, no tendremos suficiente para que cada persona encuentre la vocación a que ha sido llamada?
La palabra de Dios y la Eucaristía nos acompañan en esta peregrinación hacia el Pórtico de la Gloria, antesala de la Jerusalén celeste, de la que la vida humana es signo vivo y visible. Cuando la hayamos alcanzado se abrirán las puertas del Reino, abandonaremos nuestro sayal de viaje y el bordón de peregrinos, y entraremos en nuestra casa definitiva «para estar siempre con el Señor». Él estará en medio de nosotros «como quien sirve», y cenará con nosotros y nosotros con Él. Todos los cristianos somos invitados a tomar parte en esta gran peregrinación que Cristo, la Iglesia y la humanidad han recorrido y deben continuar recorriendo en la Historia. La meta hacia la cual se dirige debe convertirse en «la tienda del encuentro», como la Biblia denomina al tabernáculo de la alianza. Es aquí, hoy como entonces, donde tiene lugar un encuentro fundamental que revela dimensiones diversas y se ofrece bajo aspectos diferentes.
¿Cómo no identificar este hecho con uno de los mayores retos para hacer presente el Evangelio en nuestra cultura occidental? La propuesta cristiana se ve interpelada por ofertas diversas. El tema de la peregrinación es uno de los signos de la era presente, de forma especial entre los jóvenes. Así lo entendió el Papa Juan Pablo II: “La peregrinación
es un anuncio gozoso de la fe. Un camino personal en el que los peregrinos.... se convierten en intrépidos y celosos apóstoles... para anunciar, con renovado vigor, a las nuevas generaciones la Buena Nueva, impregnando con ello la vida personal, familiar y social”.
Santiago de Compostela y su peregrinación son realmente un manantial evangelizador en la coyuntura actual de Europa.
Existe la necesidad de un anuncio evangélico que se haga peregrino junto al hombre, que se ponga en camino con la joven generación.
La predicación de la buena nueva de la salvación reclama ardor y entusiasmo; hablar del
evangelio de forma triste y cansina es incoherente.
El Papa Benedicto XVI, no hace muchos años, hablando del diálogo entre fe cristiana y cultura laica, propone los siguientes retos para incidir evangélicamente en la cultura moderna: “Lo que más necesitamos en este momento de la historia son hombres que, a través de una fe iluminada y vivida, hagan que Dios sea creíble en este mundo”.
El Papa Francisco nos lo ha recordado bellamente en este tiempo pascual: “Hay una antigua regla de los peregrinos que dice que el verdadero peregrino debe llevar el paso de la persona más lenta. Y Jesús es capaz de esto, lo hace, no acelera, espera a que demos el primer paso. Y cuando llega el momento, nos hace la pregunta. En este caso está claro: «¿De qué vais hablando?». Hace como que no sabe para hacernos hablar. Le gusta que hablemos. Le gusta oír esto, le gusta que hablemos así, para escucharnos y responder, nos hace hablar. Como si se hiciese el ignorante, pero con mucho respeto. Y luego responde, explica, hasta el punto necesario. Aquí nos dice: «“¿No era necesario que el Cristo padeciera eso para entrar así en su gloria?”. Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les fue explicando lo que decían de él todas las Escrituras».”
Explica, aclara. Confieso que tengo curiosidad por saber cómo lo explicó Jesús. El mismo Jesús que nos ha acompañado, que se ha acercado a nosotros, simula ir más allá para ver la medida de nuestra inquietud: “No, ven, ven, quédate un poco con nosotros”. Así es como se da el encuentro. Pero el encuentro no es sólo el momento de partir el pan, aquí, sino que es todo el camino. Nos encontramos con Jesús en la oscuridad de nuestras dudas, incluso en la fea duda de nuestros pecados, Él está ahí para ayudarnos, en nuestras inquietudes... Está siempre con nosotros.
El Señor nos acompaña porque quiere encontrarnos. Por eso decimos que el núcleo del cristianismo es un encuentro: el encuentro con Jesús. ¿Por qué eres cristiano? Mucha gente no sabe decirlo. Algunos, por tradición. Otros no saben decirlo, porque han encontrado a Jesús, pero no se han dado cuenta de que era un encuentro con Jesús. Jesús siempre nos está buscando. Siempre. Y nosotros tenemos nuestra inquietud. En el momento en que nuestra inquietud encuentra a Jesús, comienza la vida de la gracia, la vida de la plenitud, la vida del camino cristiano. Él camina con nosotros en todos nuestros momentos. Es nuestro compañero de peregrinación. Por eso no tenemos miedo a ponernos en camino por inquietante que se presente el futuro.