Fría escena invernal bajo la tenue luz de la mañana, en un canal helado del río Mosa, ya en los Países Bajos.
La actividad se concentra sobre el ancho camino de hielo, punto de encuentro ahora, que se ha convertido en la mejor vía de comunicaciones, y por el que todos transitan con comodidad. Unas mujeres cargan su carro con la leña que recogen del bosque. Al lado, dos hombres descansan sobre un pesado trineo tirado por un caballo. En su dirección viene otro hombre, patinando tranquilo, con una pértiga sobre el hombro. Más atrás, han instalado un pequeño puesto con mercancías que venden. Otros, al fondo, simplemente dan un paseo al “sol”.
Si dejamos la vista perdida algún tiempo sobre la pintura, podremos casi sentir el aire seco y el frío penetrante en el cuerpo. Interrumpiendo las perdidas voces de la gente, escucharemos el graznido de los cuervos en busca de comida, y el crujir del hielo bajo al paso de las cuchillas.
Duras condiciones de vida que se hacen presentes en la cadencia silenciosa del trabajo, suavizada por el apoyo natural que se prestan unos a otros, como en una gran familia. Ni la más mínima sombra del frenesí y la adoración de la técnica que invade nuestro atropellado mundo, alejándonos del principio supremo que nos recuerda que nuestro paso por la Tierra tiene como finalidad ganar el Cielo.
ANDREAS SCHELFHOU nació en La Haya en 1787. Las escenas de invierno en el campo holandés, con sus canales congelados con patinadores, le convirtieron en uno de los más influyentes pintores holandeses del siglo XIX. Trabajaba en su estudio, basándose en los bocetos anotados al aire libre en el cuaderno que llamaba “Libro de la Verdad”. Al final de su carrera Schelfhout reunió cerca de ochenta esbozos de paisajes, pintados a la acuarela o coloreados ligeramente a lápiz. Su muerte, en 1870, marcó el final de la epoca romántica en Holanda y se le considera un precursor de la Escuela de la Haya.