Después de tantos acontecimientos, de todo tipo, bien merece la pena seguir reflexionando sobre cómo vemos nuestro presente y nuestro futuro.
De hecho el reto del cristianismo hoy es saber explicar la belleza de la fe al mundo contemporáneo. Estamos en una realidad en que se están replanteando las cuestiones fundamentales de forma galopante. Durante el siglo XX el hombre padece las consecuencias de una cultura que, aportando alguno de los logros mayores de la historia de la humanidad y haciéndolo extensivo como elemento definitorio de cada individuo, ha desarraigado a la persona de su comunidad tradicional y de su Dios, dejándola en medio de un mundo que no sólo debe elegir, sino fundamentalmente crear con cada una de sus acciones. Pero este proyecto de humanidad, al que el hombre se entregó con lo mejor de sí mismo y donde parecía encontrarse a sí mismo en su ser más hondo, se ha mostrado falto de fundamento donde sostenerse. Se ha encontrado con una libertad flotando en medio de un abismo que no puede sostenerla, quedando nada más que el hacer por hacer para la nada futura. El hombre así se ha desfondado. ¿Dónde se sostiene ahora? ¿Cómo hacer pie en una realidad sin fundamento? Ésta será una de las preguntas interiores, inconscientes en la mayoría de los casos, que habitarán en el hombre del siglo XXI. Por otra parte la afirmación de la posibilidad de crear un fundamento humano ha resultado absolutamente trágica cuando se ha configurado desde el estado.
2. El anhelo puesto en marcha por la revolución francesa, de una ciudadanía común que configure su destino, se topa con democracias formales donde el pueblo es marginado de la lógica de los partidos que absorbe y determina la vida social. El deseo de las clases oprimidas que alcanzan su libertad creando una sociedad sin clases se topa con las dictaduras opresoras en nombre de esta misma libertad o con la derivación hacia formas terroristas. La confianza política en la configuración social se ve humillada por la lógica economicista de las grandes compañías anónimas y amorales. Se crea así en el hombre una sensación de pequeñez, debilidad, soledad e impotencia para luchar y configurar las fuerzas de la historia y de vida personal. El hombre cotidiano, después de varios siglos de antropocentrismo, parece, paradójicamente, haberse empequeñecido.
3. Es la soledad impotente del sujeto frente a la historia, y no sólo su sufrimiento; es la falta de dirección para su vida y no sólo las quiebras que en ella se producen, lo que determina la vivencia del hombre del siglo XXI. Hombres gregarios, que se rozan de continuo en el trajín de la vida, pero que no consiguen que su abismo interior quede acompañado, viviendo en soledad radical. Nos referimos a aquella compañía en la que unos se digan frente a los otros, en responsabilidad íntima y en apelación interior, en acogimiento y perdón íntimo y en proyectos interiores compartidos. Así, el hombre acobardado escapa hacia la lógica del pensamiento políticamente correcto, hacia la imitación compulsiva de lo aceptable y aceptado, huye hacia la superficie donde todo se relaciona, se toca, se utiliza… pero sin llegar a alcanzar aquella relación que acompaña y define la libertad propia, única y, por tanto, definitoria en la que todo hombre se encuentra a sí mismo aún a costa de perderse para el mundo. No hemos conseguido, los hombres y mujeres de hoy aquella soledad necesaria donde se encuentra la verdadera libertad porque uno ha de definirse ante la palabra absoluta de Dios, se trata de una soledad con la referencia en Cristo, único Señor y respuesta absoluta.
4. Nos entregamos a una vida en esa superficie mediocre que roba el fondo como si fuera esta cara su único contenido, una superficie que nos ahoga, y que no permite reconocerse en lo que somos y esperamos. Habiendo perdido a Dios, es este maremagno de ideas y cosas, lo que necesitamos para poder vivir. Algunos han recordado en el siglo XX que esta fugacidad es un movimiento con destino y la llamarán peregrinación como homo viator definirá G. Marcel a la persona, pero el hombre contemporáneo no sabrá definirse así porque ha perdido las referencias en el ancho horizonte de una superficie tan cambiante en sus formas como monótonamente idéntica en su realidad última.
Volver la mirada al misterio de Belén es hacer memoria de las palabras de Ireneo, teólogo de primera hora, que nos dice que Dios se ha hecho hombre para que los hombres seamos Dios. He ahí la referencia y la meta.