Ella conocía la cifra exacta, porque le aparecía en la factura al final del mes, aunque tenía tarifa plana y no le afectaba al bolsillo la cantidad final. Adivinen… ¡escribía más de 3000 mensajes al mes! Eso se traduce en unos 100 sms diarios.
Semejante cantidad de mensajes resultaba, sin duda, exagerada, sobre todo teniendo en cuenta que ambos adolescentes iban juntos al mismo colegio. ¿Qué necesidad había de escribirse tanto? Mejor dicho, ¿qué se podían decir por el móvil si se veían las caras innumerables veces en menos de veinticuatro horas?
Esas preguntas me vienen también a menudo a la cabeza cuando reflexiono sobre las nuevas tecnologías, entre las que incluyo aplicaciones como Whatsapp, Facebook y Twitter. Y en el fondo, concluyo, las respuestas obedecen a un mismo patrón: a la naturaleza eminentemente social del ser humano.
No podemos vivir solos al 100%. Para ser precisos, ni siquiera lo deseamos. Nosotros crecemos como personas abriéndonos, de hecho, a otras personas. Lo que con frecuencia olvidamos, creo, es que entre esas personas dispuestas a escucharnos está el mismísimo Jesucristo, el Hijo de Dios, presente en la Eucaristía. Qué poderosa es la oración cuando aprendemos a reparar en su valor una y otra vez: en lo enriquecedor que es ese diálogo constante y en Quién hay detrás de él.
El Catecismo de la Iglesia Católica recoge puntos muy lúcidos y aleccionadores sobre la oración. Explica, con palabras de San Agustín, cómo “la oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él”. Suele haber dentro de nuestra alma restos de pensamientos y convicciones tan íntimas que nos cuesta confesar a los amigos más fieles o a nuestras parejas.
Pero hay Alguien a quien sí podemos revelarle cosas tan recónditas, porque nos entiende. Jesús en el sagrario es el Amigo que nunca falla, el que siempre está ahí para nosotros, en las buenas y las malas. No importa si estamos alegres, furiosos, decepcionados, estresados, optimistas, desesperados… sea la situación que sea, Jesucristo estará dispuesto a escucharnos y a transmitirnos la verdad que más nos convenga.
El modo de hacer oración no se puede enseñar, porque cada persona la puede hacer a su manera, con su sello propio, que es justamente el que le hace ser quien es. Puede servir, ahora bien, tener en la cabeza estas cuatro guías al sentarse a rezar: pedir perdón, dar gracias, adorar y rogar.
Santa Teresa del Niño Jesús, por ejemplo, dejó escrito lo siguiente: “Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto en un momento de prueba como en la alegría”.