Usted está aquí

Desde mi ventana

Desde mi ventana. El progreso en el que depositábamos la esperanza de construir un mundo mejor y más feliz

Había que reforzar la regulación financiera y hacer más humanas las relaciones económicas. Parecía que Occidente pretendía dotar de “alma” a los mercados.

A finales del pasado mes de enero se celebró, en Davos, la principal cumbre anual del Capitalismo. Allí, entre jefes de Estado e importantes dirigentes empresariales, se trató de evaluar el estado de la economía mundial. La tendencia de la macroeconomía es favorable y se espera que las naciones desarrolladas sigan creciendo en 2018.

Si descendemos la mirada a nuestro entorno nos encontramos con un sector financiero desregulado, un mercado de trabajo en crisis permanente y una preocupante evolución de las pensiones de la Seguridad Social, cuestiones que provocan un elevado grado de inseguridad. La crisis de la Deuda ha tomado tales dimensiones que las generaciones futuras se verán obligadas a seguir amortizándola. La capacidad de generar nuevos empleos de las economías desarrolladas se está reduciendo sin cesar. El FMI[1] ha alertado sobre el progresivo empobrecimiento de la Clase Media. El presente es incierto y el futuro, volátil. La confianza de los ciudadanos en sus Gobiernos no deja de disminuir y la esperanza de que las generaciones futuras vivan mejor que la actual se está convirtiendo en una quimera.

Ciertas contradicciones

Vivimos en el mejor de los mundos. Estamos más sanos que nunca y gozamos de una tecnología que quienes nos antecedieron no hubieran sido capaces de idealizar. Una persona que ha nacido en una nación del Primer Mundo debe considerarse afortunada y, sin embargo, el número de ciudadanos enojados no deja de crecer. Europa ya no es el eje de la economía mundial. Cada día que pasa disminuye nuestra importancia en un mundo cada vez más global.

Hemos pasado, de un siglo en el que las ideas formaban parte de nuestro bagaje y comprendíamos nuestros argumentos, a una situación en la que reina la confusión y nada es lo que creemos. Parece que nuestro mundo se tambalea y las bases sobre las que fijábamos nuestras convicciones han variado drásticamente. El progreso, en el que depositábamos la esperanza de construir un mundo mejor y más feliz, se ha convertido en una amenaza que en cualquier momento puede revertir en tragedia.

Desde nuestra actual perspectiva, el siglo XX, el más sangriento de la Historia de la Humanidad, nos parece un remanso de paz. Ni podemos alterar el vertiginoso ritmo al que caminamos ni averiguar la dirección del mismo.

Confuso e inseguro ante esta situación recurrí a mis Reyes Magos. En el camino me encontré con el discurso que el Papa publicó con motivo de la fiesta de la Epifanía y acabé leyendo todo lo que había escrito últimamente.

Nos acostumbramos a la guerra

Me topé con su posición sobre los desequilibrios del mundo. Hemos convertido las guerras en un asunto natural, casi congénito al ser humano. Es costumbre despertarnos con una nueva conflagración. Los conflictos no nos llaman la atención. Se han hecho normales.

Llamó mi atención su llamada al retorno a la Doctrina Social de la Iglesia. Cuando algo se demanda es porque se considera urgente su aplicación. Ambas líneas me parecían básicas, pero lo más interesante, desde mi punto de vista, llegaba en el sermón de Epifanía en el que reivindicaba las tres reglas que siguieron los Reyes Magos cuando decidieron partir en pos de la estrella que señalaba el nacimiento de Jesús: ver la estrella, caminar y ofrecer regalos.

Para ver la estrella es preciso levantar la vista y mirar al cielo. Contemplando su infinitud, se adquiere una visión diferente de nuestro entorno. Pasamos demasiado tiempo mirando al suelo, a los pequeños problemas, con los que nos enfrentamos diariamente. Las dificultades son inherentes a nuestra existencia. No es posible obviarlas, pero, de vez en cuando, resulta interesante realizar una cura de humildad, mirar al cielo y contemplar lo insignificantes que somos y lo poco que representamos en el Universo. Así recuperaremos la humildad y la capacidad para soñar. Soñar es creer que existe un futuro. Que un mundo mejor y más justo es posible. ¡Quien pasa su vida soñando es un iluso, quien es capaz de detenerse a soñar, por unos instantes, un sabio!

Los Reyes Magos, andan. Moverse es fundamental. Es preciso hacer cosas. Estar parado y criticar cuanto nos rodea no ayuda a resolver nuestros problemas. El ser humano es social por naturaleza y la sociabilidad implica movimiento, dinamismo. El cambio es necesario, pero, cuando se camina es preciso conocer la dirección hacia la que uno marcha y modular la velocidad de sus pasos. La lógica aspiración del ser humano es ayudar a la construcción de un mundo más justo y feliz y, para lograrlo, es necesario hacer cosas. Ayudar es sentirse vivo. El objetivo de la Economía deben ser las personas.

Los dones de los Reyes Magos nos son agradables, nos ayudan a mejorar. Colaboremos.

Para terminar, una reflexión del Papa Francisco:” Miremos nuestras manos, a menudo vacías de amor, y tratemos de pensar hoy en un don gratuito, sin nada a cambio, que podamos ofrecer. Será agradable al Señor”[2].

 


[1] Fondo Monetario Internacional

[2] Sermón de Epifanía 2018. Papa Francisco