PONCIO PILATO no encuentra culpa alguna en Jesús. Ha ordenado injustamente su flagelación, pensando con ello aplacar las exigencias de los Sumos Sacerdotes.
Ahora, inclinándose hacia el pueblo que se agolpa en la plaza, frente al pretorio, extiende su brazo para mostrarles a Jesús y exclama: ¡He aquí el hombre!
Pero el populacho, instigado y sobornado por los sacerdotes, grita enfurecido: Crucifícalo, crucifícalo!
La confusión en Pilatos aumenta. Había tratado de ponerlo en libertad, aprovechando la coyuntura de que por la fiesta Pascual existía la costumbre de soltar a un preso. Pero las turbas prefieren a Barrabás.
Por tercera vez les dice: “¿Pues qué mal ha hecho? No he encontrado en Él causa alguna de muerte”.
Los soldados romanos y los verdugos que vemos a la izquierda del cuadro, viven expectantes la tensión del momento.
Pilatos se siente perplejo y contrariado. Su sentido romano de objetividad y justicia está siendo violentado por la actitud irracional de la multitud. Y entonces, llega un mensaje e su mujer, Claudia Prócula: “No resuelvas nada contra ese justo –le dice–; porque he sufrido mucho hoy, en sueños, por causa de Él.” (Mt 27, 19).
La vemos retirándose del pretorio con el rostro entristecido, casi en lágrimas. Ella, que era de familia imperial, va a ser la única que defienda a Jesús en aquel proceso humano.
Una tradición que se remonta al menos hasta Orígenes asegura que se hizo cristiana. Sus palabras revelan el valor de la conciencia humana recta y de la valentía y decisión femenina.
Los gritos de la turba pidiendo su muerte aumentan, resultando ya violentos. Jesús calla.
El desenlace lo conocemos. ¿Qué le llevó a Pilatos a cometer el crimen profesional más injusto de la Historia? Simplemente el recelo de perder el cargo pareciendo poco celoso de las prerrogativas del César; el deseo de no crearse complicaciones políticas, y fundamentalmente el miedo instintivo a decir “no”, el miedo de enfrentar el ambiente. ¡He ahí la cuestión!
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¡Cuántas veces imitamos a Pilatos, cruzándonos de brazos ante el ataque, solapado o descarado, que se hace permanentemente de los principios de la Civilización Cristiana en nuestro entorno!
V I D A
Antonio Ciseri nació en Ronco (Suiza) en 1821. Se especializó en pintura religiosa. Fue admirador de Rafael y del Renacimiento. Se formó en Florencia con Niccola Benvenuti. Ejerció una labor docente en la Academia de Florencia. Recibió importantes encargos de pinturas monumentales de iglesias en Italia y Suiza. Sus pinturas religiosas son rafaelescas en sus trazos básicos y sus superficies pulidas, pero están más cerca de la fotografía. Fue también un retratista importante en la Italia del siglo XIX. Vemos aquí su autorretrato, fechado en 1885. Murió en Florencia en 1891.■