Me referiré a la creación y puesta en marcha del Instituto Laboral Irabia de Pamplona, allá por la década de los 60, en el que tuve el honor de integrarme el primer año como Profesor de Ciencias Naturales.
Presentación histórica
En el barrio obrero de la Rochapea de la capital Navarra (junto a la Estación de RENFE) había un déficit de centros docentes y, de forma coordinada con la Universidad, en un edificio cedido por la autoridad competente, se creó el mencionado Instituto para cursar un Bachillerato Técnico o Laboral. Se presentaron como candidatos a alumnos unos 200 chavales de 10 y 11 años, entre los se hizo la selección pertinente y pudieron formarse dos grupos de 45 cada uno (era lo máximo que autorizaba la ley) y el resto quedaba pendiente de admisión para el año siguiente. Estos chicos, en general, no habían conocido una docencia adecuada a sus necesidades como pudo advertirse en las conversaciones con ellos. Al llegar a la primera clase me interpelaron muchos a la vez:
- ¡Señor maestro! ¡Señor maestro! (Siempre nos llamaban así) Cuando no nos portemos bien ¿nos pegará en la yema de los dedos con la regla? – y, ante mi sonrisa negando esa posibilidad, continuaban:
-¡Ya! Entonces ¿nos pondrá de rodillas en un rincón con los brazos en cruz y un libro gordo en cada mano? – Tampoco - Ya lo imaginábamos ¿nos echará fuera de clase hasta que venga nuestro padre al colegio? – Y, al denegar esa última posibilidad, terminaban perplejos:
- ¡Si no hay castigos ¿por qué hemos de portarnos bien?!
Volver en positivo estos razonamientos fue una bonita labor. Les dije que lo importante era formarlos para la vida; para que pudieran trabajar en oficios bien remunerados y cualificados, no de barrenderos, ni de maleteros de estación (sin desmerecer a estas ocupaciones honestas) y que el objetivo de la enseñanza era buscar su propio bien; no satisfacer a un profesor caprichoso. A pesar de su corta edad comprendieron que el profesor iba a ser su amigo, no su tirano.
Colaboración entusiasta
El Director puso un “buzón de sugerencias” para pulsar las necesidades de los chicos y una de las primeras papeletas que encontramos en él fue la siguiente:
- Pongan el buzón a menos altura para que no tengamos que subirnos a la espalda de un amigo para echar las sugerencias dentro.
Jugando al futbol en el patio se escapó un balonazo tan inoportuno que rompió un cristal del aula. El Director esperaba que viniera alguien a disculparse pero no fue así; se presentaron dos chicos solicitando…. ¡una cinta métrica! Ante nuestra sorpresa, aclararon que iban a medir el tamaño del cristal roto para comprar otro igual que colocarían al día siguiente. ¡Tanto civismo y responsabilidad no los he visto jamás entre universitarios!
Cada uno de los muchachos se responsabilizaba del encargo recibido: encender o apagar la estufa de butano, sacar la tiza para la clase, borrar la pizarra,….y no admitía que otro le usurpase su cometido. Por cierto, los chavales que no pudieron entrar en la selección vieron que quedaba un aula vacía y muchos de ellos pidieron que se les permitiese estudiar por su cuenta allí, sin necesidad de vigilancia, y preparar así su examen de ingreso para el año siguiente. Sólo interrumpían de tarde en tarde para pedir que se les pusiera algún trabajo como tarea, y su autodisciplina resultó intachable: sólo se explica por la gran ilusión de ingresar en el Instituto.
El Año Nuevo
A primeros de enero, cuando aparecí por clase con un portafolios nuevo, todos al unísono me preguntaron a voz en grito:
- ¡Profesor, profesor! (ya habían aprendido a utilizar el tratamiento adecuado) ¿Esta cartera se la han traído los Reyes Magos?
Al contestarles que sí, que era un regalo de reyes, replicaron indignados:
- ¡Anda, ya! ¿No pretenderá que a los diez u once años todavía creamos en los Reyes Magos, verdad?
Me sonreí y les brindé una explicación histórica. Melchor, Gaspar y Baltasar ofrecieron a Jesús oro, incienso y mirra y los demás regalos que traían la Virgen María los desvió hacia los niños de Belén. Ha pasado mucho tiempo, los Reyes murieron y se fueron al Cielo pero dejaron a los papás el encargo de hacer regalos a los hijos, en su nombre, el día de su festividad. Les gustó la respuesta porque pienso que nadie antes les había abordado este tema con una justificación tan sencilla y tan lógica.
Las clases de Ciencias Naturales
Esta asignatura resulta especialmente amena por su contenido. Cuando tocó explicar los frutos secos, aparecí con un kilo de almendras y otro de nueces que repartimos para disecar y degustar aprendiendo; y otro tanto con los frutos carnosos: un kilo de cerezas y otro de manzanas fueron los protagonistas del estudio.
Pero mi garganta se resintió por haber forzado la voz con los 90 chavales (cada uno de ellos tenía más voz que yo mismo), por lo que me quedé afónico y me sentía obligado a suspender las clases. Para evitarlo, los chicos se esforzaron en mejorar aún más su disciplina. Todos abrían el libro a la vez, uno leía un párrafo en voz alta y el que yo señalase con el dedo tenía que comentar lo leído por su compañero. Jamás he visto atender tanto a la lectura ajena. Y copiar e interpretar unos dibujos de la pizarra solía completar la clase.
Como tocó después hablar de los animales vertebrados, dejaba encima de la mesa una caja de zapatos con una sorpresa dentro. El día que correspondían los peces: ellos traían “chipas” del río y yo sacaba un caballito de mar disecado. Reptiles: traían alguna culebra y lagartija y yo sacaba una tortuga (poco vistas en aquellos años). Mamíferos: alguno trajo hasta el jardín su perro o su gato y yo saqué una cobaya hembra que disecamos y nos sorprendió porque estaba preñada con lo que la clase resultó mucho más instructiva de lo que habíamos programado.
Conclusión
El Instituto creció y tuve que dejarlo para dedicarme por completo a la Universidad. Estos muchachos han ido alcanzando los grados más elevados en diversas profesiones liberales: licenciados, arquitectos, ingenieros, etc.,…Cuando me encuentro con alguno de ellos, al frente de una oficina o de profesor en un colegio, aunque yo no los reconozca de entrada, ellos me saludan afectuosos y me hablan de los gratos recuerdos de aquel primer año en el Instituto Irabia.