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El Ángelus

El Ángelus. Juan F. Millet. Museo de Orsay, París

El día llega a su fin. En la inmensidad del horizonte se desvanece el sol envolviendo de melancolía los campos.  Su rasante luz brilla en las ásperas hierbas de los surcos. El horquillo descansa hincado en la tierra, junto a unas patatas por recoger. El capazo a medio llenar en el suelo, y la carretilla detrás, cargada ya con algunos sacos. La labor se ha interrumpido... Una bandada de pájaros, revolotea en lo alto, aumentando la grandeza del silencio que se ha impuesto. El tenue toque de campanas en la lejanía marca el ritmo de la oración de la tarde: el Ángelus.

En medio de este llano desértico, una pareja de campesinos, a los que no llegamos a ver el rostro, se recoge en su plegaria. Agachan piadosamente las cabezas, agarrando él su sombrero y juntando ella las manos al pecho en señal de oración: –“El ángel del Señor anunció a María”–, balbucea el hombre. –“Y concibió por obra y gracia del Espíritu Santo”–, responde la mujer. –“Dios te Salve, María, llena eres de gracia...”

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El Ángelus toma su nombre de la primera palabra del saludo angélico en su versión latina, Angelus Domini nuntiavit Mariæ. Consta de tres textos que resumen el misterio de la Encarnación. Se recitan de manera alternativa, versículo y respuesta. Y, entre cada uno de los tres textos, una Ave María.

La redacción del Ángelus es atribuida al bienaventurado Papa Urbano II (1088-1099) pero el hábito de rezarla tres veces al día, acompañando el toque de las campanas, se debe a un decreto del rey de Francia, Luis XI, en 1472.

Aunque tiempo antes, en los conventos franciscanos existía ya la costumbre –alentada vivamente por San Antonio– de rezar tres avemarías tras el oficio de la tarde. Es probable que San Francisco introdujera esta bella práctica, precursora del Ángelus, tras el viaje que hizo a Oriente, en 1219, con el propósito de convertir a los musulmanes, llegando a predicar ante el gran Sultán de Egipto. Poco después, en el Capítulo general celebrado en Asís en 1269, presidido por San Buenaventura, se estableció que los hermanos exhortaran al pueblo a saludar a la Virgen con las palabras del Ángel cuando al atardecer sonara la campana de completas.

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“¡Tinn, tannn!”, dan las seis en mi móvil. Os dejo, que me he propuesto rezarlo todos los días.

VIDA

Jean-François Millet (1814-1875) nació en el seno de una familia campesina, en Gréville-Hague, Normandía. Aprendió latín y los autores modernos con dos sacerdotes de la aldea. En 1833 fue a Cherburgo a iniciarse en las artes con un retratista conocido. Luego estudió en París en 1837. Trabajó un estilo pastoral que siguió desarrollando en el pueblo de Barbizón, en el bosque de Fontainebleau, donde se instaló en 1849 con otros pintores. Los miembros de este grupo, la llamada Escuela de Barbizón, influidos por Corot, Constable, y los paisajistas holandeses del siglo XVII, fueron los precursores del impresionismo. Su obra trata de expresar el sosiego y la inocencia de la vida en el campo en contraposición a la degradación que acompaña al ciudadano anónimo e inmerso en la sociedad industrial.