Aquel día el Papa pidió, desde Compostela, que Europa se encontrase de nuevo a sí misma y que avivase sus raíces. Esta idea, reafirmada constantemente en las más diversas intervenciones del Papa actual, tuvo un relieve especial con su llamada desde la plaza del Obradoiro al pedir, Benedicto XVI, con fuerza y entusiasmo, que la voz de Dios resuene de nuevo en el corazón de Europa. El significado y contexto del Magisterio de ambos Papas ha sido puesto de relieve en una conferencia a cargo del Prof. Giovanni Maria Vian, director del L´Osservatore Romano, con motivo de la celebración de los actos conmemorativos del 30 aniversario del discurso europeísta del Papa Juan Pablo II en Santiago de Compostela. El Cabildo Compostelano ha querido dejar constancia de esta efemérides, encargando al escultor gallego José Molares (Nigrán-Pontevedra) la realización en bronce de las efigies de los dos únicos pontífices que han peregrinado al sepulcro del Apóstol hasta la fecha: el propio Beato Juan Pablo II, y el actual, Benedicto XVI. Se trata de un magnífico ejemplar, en bronce, de arte contemporáneo que enriquece la Basílica Compostelana y no desentona al lado de otras obras de los siglos precedentes.
El texto es una clara alusión al carácter peregrinante que tuvieron sus visitas. La peregrinación a Santiago ha recobrado un auge insospechado en los últimos años, y nadie pone en duda que la presencia de los dos Pontífices en Santiago ha dado un impulso decisivo a la peregrinación jacobea. Tal como lo había señalado el Beato Juan Pablo II, la peregrinación es un signo del nuevo milenio, sobre todo en las generaciones jóvenes. Por eso, no cabe duda que la peregrinación se convierte en un espacio privilegiado para la Nueva Evangelización. Así lo expuso el Cardenal Sodano en el Encuentro Europeo de jóvenes en Santiago de Compostela el 8 de agosto de 1999: “La Iglesia y Europa son dos realidades íntimamente unidas en su ser y en su destino. Han realizado juntas un recorrido de siglos y permanecen marcadas por la misma historia. Al encontrarse se han enriquecido mutuamente con valores que no sólo son el alma de la civilización europea, sino que también forman parte del patrimonio de toda la humanidad. Por este motivo, Europa no puede abandonar el cristianismo como compañero de viaje en su camino hacia el futuro, lo mismo que un caminante no puede abandonar sus razones de vivir y de seguir adelante sin caer en una crisis dramática”.
El peregrino, en algún momento del Camino, peregrina por el interior del propio yo, pues en razón de su finitud –y de su precariedad radical- nunca se halla el hombre en coincidencia consigo mismo, no goza de una plena posesión de sí mediante el autoconocimiento y la acción libre y soberana de su propio ser. De ahí el viaje necesario hacia el centro del yo personal, el camino hacia el conocimiento de sí en el que ha de descubrir límites, acoger llamadas y potencialidades personales que se constituyen en metas que debe alcanzar, mientras percibe una verdad interior tan íntima como superior a sí mismo, y que marca objetivos y pautas a su ser más íntimo y personal. Así el hombre está llamado a caminar hacia sí mismo, viajero tras su unificación personal ordenando todos los bagajes de su intimidad y de su variada experiencia con la realidad exterior para así encontrarse y poder acoger la trascendencia y a cada hombre y mujer, compañeros hasta alcanzar la meta definitiva, que no es otra que la fe en Cristo, compartida en la Eucaristía.
Quisiera terminar, una vez más, con las palabras iluminadoras del Beato Juan Pablo II, gran animador de la peregrinación jacobea: “Hemos sido elegidos para marchar, y no somos nosotros quienes elegimos la meta de este camino. Lo hará aquel que nos ha ordenado marchar, el Dios de la Alianza”[1].
Para la comunidad diocesana de Compostela, y para Galicia, el Camino jacobeo es un don y una responsabilidad en orden al testimonio y la oferta de unos valores humanos, de la belleza del mundo hecho por Dios, y los valores sobrenaturales de la tradición cristiana. Desde la atalaya de la meta del Camino, desde Compostela, meta milenaria de esperanzas, lugar del encuentro con un testigo preclaro del evangelio de Jesucristo, tomamos conciencia de un nuevo reto para la acogida y atención a los peregrinos que llegan de todas partes del mundo en mayor número cada año. Este es el testimonio y el mensaje que nos han urgido los dos últimos Pontífices, así está plasmado en la escultura en bronce de la catedral compostelana.
[1] Juan Pablo II, ¡Levantaos! ¡Vamos!, (Barcelona 2004) 177.