Por otra parte, hay que decir que los errores acerca del hombre y de la Naturaleza, que caracterizan de manera muy notable a las corrientes ecologistas, nacen en buena medida de la pérdida de la visión cristiana del ser humano y del mundo, visión de raíces bíblicas que se recoge ya claramente en el relato inicial del Génesis sobre la Creación. Allí, en efecto, dice Dios: “Hagamos un hombre a imagen nuestra, conforme a nuestra semejanza, para que domine en los peces del mar, y en las aves del cielo, y en los ganados, y en todas las fieras de la tierra, y en todo reptil que repta sobre la tierra” (Gén 1, 26). Y una vez creado el ser humano, “macho y hembra” (Gén 1, 27), Dios les ordena: “Procread y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla, y dominad en los peces del mar, y en las aves del cielo, y en toda bestia que se mueve sobre la tierra. Dijo también Dios: ‘He aquí que os doy toda planta seminífera que existe sobre la faz de la tierra y todos los árboles portadores de fruto seminífero para que os sirvan de alimento; y a todas las bestias salvajes, todas las aves del cielo y todo cuanto serpea sobre la tierra con aliento vital servirá de comida toda hierba verde’. Y así fue. Entonces examinó Dios todo cuanto había hecho, y he aquí que estaba muy bien” (Gén 1, 28-31).
Más aún, en el capítulo segundo del Génesis, en una imagen muy bella y expresiva, Dios lleva al hombre ante todas las criaturas para que les imponga nombres, para darle a cada una un nombre, lo cual es una señal evidente más del dominio, que, el relato bíblico, reconoce al hombre sobre la Creación; y el hombre, en efecto, impone nombre “a todos los ganados, a todas las aves del cielo y a todas las bestias salvajes” (Gén 2, 19-20).
Por lo tanto, en la visión bíblica y cristiana, el hombre es el dueño y señor de la tierra, porque Dios lo ha coronado como la obra cumbre de la Creación y lo ha creado con verdadero amor, creándolo a imagen y semejanza suya. Por eso se canta en el salmo 8: “Señor, dueño nuestro, / qué admirable es tu nombre / en toda la tierra! […] / Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, / la luna y las estrellas que has creado, / ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, / el ser humano, para darle poder? / Lo hiciste poco inferior a los ángeles, / lo coronaste de gloria y dignidad, / le diste el mando sobre las obras de tus manos, / todo lo sometiste bajo sus pies: / rebaños de ovejas y toros, / y hasta las bestias del campo, / las aves del cielo, los peces del mar, / que trazan sendas por el mar. / Señor, dueño nuestro, / qué admirable es tu nombre / en toda la tierra!”
Errores del evolucionismo
Frente a esta visión del hombre como cumbre de la Creación, como obra deseada por Dios Creador para culminarla y para hacerlo a su imagen y semejanza, la hipótesis evolucionista (que no pasa de ser una hipótesis, la cual, no obstante, bien enfocada, podría en cierta parte - pero sólo en parte - conjugarse con una visión creacionista) y todas las otras corrientes materialistas de los dos últimos siglos han venido a comprender al hombre como un simple elemento más de la Naturaleza, como un producto surgido de una evolución cósmica al que se ha llegado por azar y por selección natural, pero que, no por ello, goza de una dignidad mayor que el resto de los seres naturales, ya que también otros seres de la Naturaleza podrían llegar a la misma condición que él en un proceso evolutivo. Según la hipótesis evolucionista, otros primates podrían acabar llegando, después de un tiempo más o menos largo, a tener una condición semejante a la del hombre. Y por eso, en un colmo del absurdo evolucionista y materialista, no han faltado voces que han reclamado recientemente el reconocimiento universal de los “derechos de los grandes primates”; esto lo reclaman, paradójicamente, a la par que sostienen tesis abortistas y niegan el derecho del embrión y del feto humanos a la vida antes de su nacimiento.