La princesa Matilde Bonaparte tenía la virtud de congregar en su salón literario de la rue de Courcelles, en París, a los más variados representantes de la élite de la época: hombres de letras, artistas, científicos...
Los cortinajes, rojos y verdes, rematados con bandós de madera dorada, con sus iniciales en el escudo, sobre boiserie blanca, también rematada en dorado, dan solemnidad al ambiente. Las lámparas de aceite proporcionan una graduada iluminación, íntima. Contribuye a crear ese ambiente acogedor el fuego que crepita en la chimenea, así como la exuberancia de plantas, que dan un toque ameno y natural. Inevitablemente, las alfombras llaman enseguida nuestra atención, armonizando los diversos ambientes del salón. Del techo, pende una lámpara de cristal, que se refleja en el gran espejo, por encima de un reloj. Las butacas son cómodas, lo que favorece el arte de la conversación.
Sumergidos en esta cálida atmósfera, casi irreal, y amparados por la quietud de la noche, los espíritus se distienden, propensos a la contemplación.
A la derecha, el sofá confidente juega su papel. Del otro lado, en torno a la mesa camilla, iluminada por un hermoso candil, la velada se va animando al amparo de la Princesa, a la que vemos sentada a la izquierda, un poco más atrás. Junto al piano abierto, la silla preanuncia una sesión musical. Todo destila buen gusto, lujo moderado, sosiego, y ni un ápice de excitación, la gran enfermedad de nuestro tiempo.
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El arte de conversar es una característica de los mejores periodos de la civilización y de la cultura.
El arte de la conversación alcanzó su apogeo en la Francia del siglo XVIII. Nunca se conversó tanto, nunca se conversó tan bien. En ningún país, en ningún siglo, la vida llegó a ser tan agradable, gracias a este arte social tan perfecto.(1) París era la escuela de Europa. Una escuela de urbanidad, en la cual los jóvenes de Rusia, Alemania o Inglaterra acudían para educarse. Lord Chersterfield no se cansaba de repetirlo en las cartas a su hijo, estimulándolo a frecuentar los salones parisinos, para que lo limpiaran de su “tosquedad de Cambridge”. “No hay utilidad que nos haga más gratos –decía– ni que no traiga mayores beneficios que la de saber hablar bien”.
1) P. CHAVIGNY - L’Art de la Conversation - Delagrave, Paris, 1938.
VIDA
Charles Giraud, nació en París en 1819. Su maestro fue su propio hermano, Eugène Giraud. En 1835 entró en la facultad de bellas artes y se dedicó a la pintura de género. De 1843 a 1846 viajó en América. Se enroló en la expedición militar que el rey Luis Felipe envió a Tahití en 1846. Participó en las operaciones militares, pero sobre todo hace muchos bocetos de la vegetación de la isla, las personas, sus hogares, de ahí que a su regreso a Francia le apodaran “Giraud, el Tahitiano”. Murió en Sannois, muy cerca de París, en 1892.