Alguien está enfermo en la aldea próxima. Conscientes de su gravedad, y sin ningún tipo de falsos prejuicios modernos, o erróneo cariño, ocultándole su delicada situación, los familiares han llamado al sacerdote para que le lleve el Viático.
La palabra “Viático” proviene del latín “via”, o sea, camino, y significa “provisiones para el viaje que se va a emprender”. Así lo entendían los romanos.
En la liturgia católica el Viático consiste en administrar la comunión, el alimento espiritual, a los moribundos como ayuda en su paso definitivo. Y para eso debe recibirse, dentro de ciertas limitaciones, estando lúcido. Al igual que el sacramento de la Unción.
Perret ha querido enfatizar su importancia, situándolo en el entorno de un crudo invierno en los campos nevados de Borgoña.
Tocado con el bonete y vistiendo sobre la sotana el sobrepelliz y una estola blanca, ricamente bordada en oro, el párroco lleva en sus manos, con recogimiento y devoción, en ese pequeño copón, a Nuestro Señor Jesucristo, realmente presente en la Eucaristía.
Encabezan el sencillo cortejo dos monaguillos que portan sendos faroles con luz trémula. Tratan de contener el frío y por eso se les ve un poco encogidos. Uno de ellos nos mira. Calzan los clásicos zuecos de la región, al igual que los dos rudos aldeanos que sostienen ese curioso palio rígido y las mujeres que van detrás embozadas en mantones negros de lana.
Se alejan ya del pueblo. Atrás queda el crucero junto al camino. Nada le impide al ministro de Dios, en esa desapacible tarde de invierno, cumplir los deberes de su ministerio. Avanza con serenidad y decisión. Lleva al Rey de Reyes en sus manos para dar consuelo a un pobre enfermo.
Escena sublime de la vida de fe de un país cristiano que conserva la dulzura y la paz.
A medida que contemplo el cuadro, y me embebo de la quietud y soledad que trasmite ese tono blanquecino y frío, que lo domina todo, mi atención se polariza en el punto central: el Santísimo que pasa. En espíritu, me arrodillo y lo adoro.
V I D A
AIMÉ PERRET nació en Lyon en 1847, en el seno de una familia de comerciantes. Desde niño sintió una inclinación excepcional por la pintura. Fue alumno de Guichard, Vollon y Chavannes en Lyon. Debutó en el Salón de Artistas Franceses en 1869 con su cuadro “Niebla en las orillas del Saona”. Se distinguió por sus paisajes, bodegones y escenas costumbristas. Fue uno de los fundadores de la Sociedad Nacional de Bellas Artes, y los mejores museos de Francia se enorgullecen de poseer cuadros suyos.
Murió a los ochenta años, en activo, pintando hasta el último momento, en la serena tranquilidad de su “ermita” en Bois-le-Roi, donde vivió casi medio siglo en contacto directo con la naturaleza. El párroco de Bois-le-Roi posó para este cuadro del “Viático” y los aldeanos son también de la región.