Mañana de primavera en una aldea de Bretaña. La luz penetra alegre por los ventanales, iluminando toda la clase. El del fondo, abierto de par en par, la inunda de frescura dejando entrar toda la complejidad de aromas de los campos ya en flor.
La construcción es robusta: muros anchos, toscas baldosas de arcilla y gruesas vigas en el techo. El mobiliario y la decoración austeros: sobre la pared de cal, un mapa explicativo con dos pizarras a los lados. Y presidiendo la estancia, un pequeño crucifijo con la ramita de olivo, del Domingo de Ramos, pillada contra la pared.
Mientras la profesora enseña con cariño la posición de las manos a una de las alumnas del segundo banco, que practican la caligrafía, el resto se ocupa en diversas tareas: justo detrás, tres repasan la lección con un libro en las manos.
Todos visten igual, a la usanza bretona: las típicas cofias, blusones y amplios delantales y los consabidos zuecos de madera. Sin embargo, cada una acusa ya su marcada personalidad.
En el primer pupitre, una niña duerme sobre la cartilla, a gatas por el suelo, otra recoge un trapito. En primer plano, junto a la cátedra, dos -una sentada en los peldaños, con su muñeca de trapo en las manos, y la otra de rodillas con el libro abandonado en el suelo- parecen ausentes: su imaginación vuela lejos. Mucho más lejos que la pajarita de papel en las manos de aquella otra. Siguiendo el ejemplo de la maestra, una niña más avanzada ayuda en la lectura a su compañera. Al lado, de pié, dos conversan entretenidas.
El pintor completa la naturalidad de la escena introduciendo en la acuarela a esa gallina con sus polluelos picando las miguitas que han caído de los cestos de la comida.
¿Confusión? ¿Desorden? ¿Alboroto? No me parece. Se respira un ambiente de extrema armonía, auténtica lozanía y serena felicidad, que les preparará para afrontar con aplomo las dificultades de la vida. Están a salvo de las trepidaciones y nerviosismos que desequilibran a tantos niños de hoy.
Jean-Baptiste Jules Trayer nació en París, en 1824. Su primera formación la recibió de su padree, también pintor y posteriormente tomó clases de Lequien, en la Academia Suiza. De estilo realista y minucioso, se especializó en la pintura de género, retratando muchas escenas de la vida en Bretaña. Fue un artista de éxito en su época. Sus pinturas están en los museos de Bréziers, La Rochelle, Lille, Nueva York, Sydney y Toulouse, y en colecciones privadas. Murió en París, en 1909.