Gregorio II nació en Roma en el seno familiar de Saveli y llegó a prestar grandes servicios a la Iglesia, bajo los pontificados de Sergio I (687-701) y Constantino I (708-715); a este último le acompañó en un viaje a Oriente como asesor, contribuyendo a resolver de manera pacífica - y desgraciadamente, también provisional, una enconada controversia.
El 19 de Mayo de 715, a la muerte de Constantino I, Gregorio II fue elegido Papa desviviéndose en una doble labor de defensa y de conquista espiritual: reconstruyó monasterios como Montecasino, cuna de la orden benedictina y consolidó las murallas de Roma; el Liber Pontificalis le atribuye obras importantes como la restauración de la basílica de San Pablo extramuros, de Santa Cruz de Jerusalén y la de San Juan de Letrán, pero pensando también en los pueblos paganos a los que había que llevar el Evangelio mandó a San Bonifacio a Germania.
San Gregorio tuvo que jugar muy arriesgadamente a dos tableros, “el humano y el divino”, “el de la fe y el de la diplomacia”, conteniendo a la vez a los bárbaros y a los archicivilizados bizantinos. No sólo fue Roma o Italia, el orbe entero, la plenitud de la fe y toda la política del mundo pesaron sobre sus hombros que consumidos por sus grandes trabajos le ayudaron para morir el 11 de Febrero del año 731.