es acerca de lo que aporta la visión cristiana de persona en el conjunto de los humanismos modernos y postmodernos, que están configurando la mentalidad y los valores desde los que viven las nuevas generaciones.
La antropología cristiana, en una primera aproximación, puede verse en relación y aún en cierta continuidad con otras visiones del hombre que proclaman la dignidad del mismo y su primado sobre el resto de los seres que pueblan nuestro universo. Un examen más atento, sin desmentir esta visión inicial, descubre que la concepción cristiana del hombre ofrece rasgos de gran originalidad y novedad, que derivan de la fe en Jesucristo. Es imposible, en efecto, hablar del hombre desde el punto de vista cristiano ignorando o poniendo entre paréntesis el hecho de la encarnación del Verbo.
El Antiguo Testamento nos habla de la dignidad del hombre relacionándola con su condición de imagen de Dios. El Nuevo Testamento refiere a Cristo algunas de las afirmaciones genéricas sobre el valor del ser humano que se encuentran en el Antiguo. En concreto la persona es la imagen de Dios (Col 1,15; 2 Cor 4,4), a ella se aplican algunos textos que hablan del honor y la gloria que corresponden a todo hombre (cf. Sal 8,5-7; Heb 2,6-8). Numerosos son los pasajes neotestamentarios que ponen de relieve que solamente en Cristo está la medida de la novedad del hombre que la redención nos trae. Es precisamente el hecho de que el hombre sea el destinatario de la salvación lo que lo hace objeto del interés del Nuevo Testamento. Tanto ha amado Dios al mundo que ha enviado a su Hijo único para nuestra salvación (cf. Jn 3,16-17). La contraposición paulina entre Adán y Cristo nos abre a otra perspectiva que la teología de los primeros siglos cristianos va a desarrollar más ampliamente: cuando Dios modelaba a Adán del polvo de la tierra estaba pensando en la humanidad de su Hijo que se iba a hacer hombre y que iba a morir y resucitar. Aparece así una vinculación muy especial entre Cristo y todo hombre, en cuanto el primero es el modelo según el cual todos han sido pensados y están por consiguiente llamados a conformarse con Cristo, imagen original y originaria de toda persona.
La reflexión teológica contemporánea ha podido fundarse sobre estos datos bíblicos y de la tradición cuando ha estudiado la relación entre la antropología y la cristología. Así el concilio Vaticano II, en la constitución pastoral Gaudium et Spes 22, se ha hecho eco de la reflexión suscitada por algunos de los grandes teólogos del s. XX, reflexión que después del Concilio, y con su impulso, se desarrolló todavía más. Cristo no es sólo perfectamente hombre, sino también el hombre perfecto. Y ello no quiere decir evidentemente que se conforme a la perfección a un punto de referencia previo a él, sino que significa que en él se revela en plenitud lo que es y cuál es el destino del ser humano. La perfección del ser humano no puede significar más que la conformación con Jesús y en concreto con su condición filial. Cristo se hace así la medida del hombre, no sólo éste es la medida de todas las cosas. En este sentido la visión cristiana del hombre ofrece una gran novedad, a la que no pueden llegar los humanismos del signo que sean. Coloca en el centro no unos valores o unos principios, sino una persona, Jesucristo, que se ha identificado con todos y en particular con los pobres y los que sufren, en quien nosotros tenemos que reconocernos a nosotros mismos y a quien tenemos que reconocer en cada uno de nuestros hermanos. La novedad del humanismo cristiano no puede ser más que la novedad de Cristo, plenitud del hombre y de la creación entera.