La iluminación natural nos sobrecoge y salvaguarda. No hay mayor signo de esperanza sobre el orbe. Sin duda, el misterio de la noche de Belén, tiene un significado universal,
que nos llena de gozo y nos recrea en un eterno poema: el nacimiento de Jesús. Dios se hace latido en cada ser y la tierra muestra otro horizonte más conciliador con la divinidad. El propio e indefenso crío es el retoño de la satisfacción de nuestro Creador: Dios de Dios y Luz de Luz.
Junto a él, comenzamos a renacer por dentro, no en vano ha venido a salvarnos; y, yuxtapuestos a él, la existencia también se ve de otro modo, ya que el aliento vivencial
va a estar alimentándonos por siempre. Sólo pedimos que ese gozo bajado del cielo nos haga retornar a la pureza, nos enternezca y eternice, máxime en esta época de tantas pruebas y dificultades a causa de la pandemia y de nuestras propias luchas entre humanos, haciéndonos repensar sobre nuestros pasos, para ser cada vez, más verdad en nuestro propio pulso; y, por ende, más bondad en camino.
La alegría verdadera
Nos sorprende la alegría verdadera como deleite que nos embelesa. El anuncio del verbo encarnado por si mismo nos llena de energía y nos imprime entusiasmo. El referente de María y José también nos cristaliza el vínculo de familia, nexo que nos fecunda y propaga el bien de un acontecimiento único e irrepetible, venido en la gruta de Belén, y que nos testimonia la naturaleza santa que nos asiste, como aurora de los nuevos tiempos. Reconozco, que nos atrapa en esta noche profunda, la sencillez y el ánimo de unas gentes compasivas, a quienes la gloria del Señor les envolvió de claridad. Sin
duda, con este origen nuestra propia historia madura, a pesar de la fragilidad de lo humano, de todo lo que nos pasa en nuestro diario vivir. Ciertamente, vamos hacia
aquel que se hace pequeño y es plenitud, que vuelve siempre a nosotros, porque es ternura y caricia verdadera. Por eso, salgamos a la búsqueda de nuestro ángel. El protector de cada cual, trae la buena nueva siempre: el nuevo recordar a Cristo que nació para cada ser humano.
El regocijo no puede ser más inmenso, la gran providencia que brilló trae la sanación al mundo entero, es cuestión de estar en disposición de acoger el acontecimiento con un frenesí manso. No olvidemos que ese esplendor que se extiende por todo el firmamento,
viene a iluminar las confusas sendas y a reorientarnos a todos los moradores del astro, afanados más con el poder terrenal que con la obra celeste.
La fiesta del reencuentro
En consecuencia, si la beatífica Navidad es la fiesta del reencuentro, la despedida de este año ha de ser una conmemoración que nos fraternice, conscientes de la fuerza que el crucificado nos ha dado con la cruz a través del santo espíritu que nos guía hacia ese interior que conoce el bien, y se reconoce en lo auténtico, en esa dimensión poética que nos insta a renacer cada día. ¡Dios nos quiere! Lo hace, eligiendo venir al mundo desde el vientre de una madre como cualquier persona. De igual forma; ¡Dios nos ama! Y se entrega por nosotros. Cada año es, por tanto, un tiempo de vivencia que ha de llevarnos a ser linaje, una etapa más para crecer mar adentro y un nuevo periodo para mostrar agradecimiento y gratitud por lo vivido. Si Dios se hizo hombre para abrazarnos, nosotros tenemos que hacernos vida para rememorarlo. En su benevolencia nos emocionamos. No tendremos más escusas que dejarnos querer por su Palabra, vencedora de la arrogancia dominadora humana. Lo importante es dejarse transformar, recogerse y legarse, custodiar la gracia de quererse, haciendo de nuestra vida una generosa entrega a los demás. Sin duda, esto puede ser un buen propósito para este nuevo inicio de año. Saquemos tiempo para los demás.
(...) Que al igual que los pastores de Belén en aquel tiempo, también hoy nuestros ojos se llenen de asombro y maravilla al contemplar, en el naciente año (2021), al Hijo de Dios, siempre misericordioso y cargado de piedad. En estas fechas, precisamente lo que se nos recuerda, es que seamos sembradores de quietud; pues, al fin y al cabo, lo que cuenta verdaderamente en la vida es la donación que nos demos unos en otros, con vistas a una civilización más humana y, por ende, más equitativa. Entre todos lo conseguiremos. ¡Reine la auténtica Navidad en el mundo! ¡Apáguese el virus del desamor! ¡Gobierne el amor de amar amor! Mirémonos con ojos inocentes y veámonos en el niño que soy. _